CANO RECINOS


Aura de Cano, Arnoldo Stuardo y Arnoldo Cano Recinos. 1966.
“era un hombre cabal por donde quiera que se le mirara”
Shakespeare

CANO  RECINOS  
1967 - 2012 

Por Sergio Cano
Nació en el año de nuestro Señor de 1938, en un día frío y gris de noviembre, bajo la advocación de San Facundo, sus papás eran dos jóvenes enamorados que, decididos a vivir juntos huyeron de la casa de los papás de ella (huir es una forma de decirlo, en realidad él se la robó, según costumbres de estas tierras), ella andaba por los 16 años, él rozaba los 19.  Juntos procrearon 10 hijos, de los cuales el primero fue Arnoldo Cano Recinos, nuestro fundador.

Sus primeros años fueron muy difíciles, no usó calzado formal hasta después de los 8 años; hijo de carpintero, los formones y serruchos no se daban con él, no tiene madera decían con malicia los amigos del abuelo cuando se reunían a tomarse los tragos después del trabajo, esto causaba molestia y enojo a don Fernando, obligándolo a estar con él aprendiendo el oficio, sin mayores resultados, de cualquier manera, como el trabajo escaseaba, el abuelo fue a Soloma, requerido por el párroco de aquel pueblo, pues estaba en construcción la iglesia de la localidad y se requería de la mano de obra calificada de un buen carpintero, que como es lógico, llevo consigo a su esposa y sus dos primeros hijos (papá y un bebé de meses, tío Manolo) la construcción se dilató por 5 años, tiempo que vivieron allá ininterrumpidamente, cuando regresaron de su periplo, venían acompañados de 3 tiernos muchachitos más (tío Oliver, tío Nando y tía Adriana).

Durante su estancia en San Pedro Soloma, acontecieron muchas cosas que le marcarían la vida notablemente, una de ellas, quizás la más dolorosa, fue el creciente alcoholismo del abuelo, que poco a poco los fue olvidando, haciendo que la siempre bien recordada abuelita Rafita se las ingeniara para el día a día; allá conoció don Arnoldo a su primer amor (primer amor, primer dolor solía decir mi padre) Blanca Elizabeth, hija de un cirquero, salía en un acto con un “perrito de lanas”, presumo que era un perrito de la raza French Poodle, “como no gustarme tan preciosa niña, con sus dos colitas, un sombrerito blanco, botas blancas altas, arriba de la rodilla, un traje  de fantasía, como yo me imaginaba que se vestían las princesas de los cuentos, con su falda cortita de vuelos azules y grises, blusa blanca brillante con vivos azul cielo, su cara redonda y blanca, sus ojitos negros, profundos, unos dientecitos tan blancos que parecían de porcelana, como la vajilla que tenía el padre cuando nos daba el desayuno en la casa parroquial”, al rememorar esos días a mi papá le brillaban los ojos, parecía estarla viendo, ahí, a la par suya; claro, cuando el circo siguió su camino, casi muere de dolor: “no dormí como 15 días, me dio fiebre, me la pasaba llorando, no quería ni comer, casi me muero mijo”.  También conoció a don Hermógenes González, casi, casi el cacique del lugar, hombre alto, enjuto, pelo hirsuto cortado a la rapa, moreno, de pocas palabras, huraño, siempre usaba sombrero, botas con espuelas, machete y fuete al cinto, dueño de la manzana ubicada frente al parque, en su casa vivían  20 ò 30 mozos, en ella se hacían las fiestas de las gentes importantes del pueblo  a las cuales por supuesto, siempre era invitado el Maestro Carpintero, aquellas fiestas no duraban menos de 3 días: “se mataban coches, terneros, pollos, chompipes, patos, al comal dos o tres inditas echando las tortillas, trago mucho trago, especialmente pulmones de  Comiteco, uno que otro galón de clandestino, y la marimba a todo trapo día y noche, todo un jolgorio!”.  A don Hermógenes lo capturaron para la contrarrevolución, “se lo trajeron pie con jeta, viera Sergio que susto, si nosotras ya lo dábamos por muerto”, así narraba doña Austreberta una de las muchas penas que pasaron luego de aquellos días, lo cierto de todo esto es que una nieta de don Hermògenes es hoy mi linda compañera de vida, mi esposa.

Cuando regresaron a Huehue, la situación empeoró, ya no había un ingreso fijo, el abuelo se empleo con su hermano Javier, dueño de una carpintería, gran ebanista, manejaba el torno con maestría sin igual “con él aprendí lo que era ser un carpintero de verdad,  hombre muy estricto, mayor que yo, siempre lo vi como a mi padre” rememora el abuelo. El dinero escaseaba, mi avispada abuelita se ponía a elaborar dulces de miel, chupetes, también candelas, el encargado de venderlas era mi padre, si la situación apretaba, tomaba su cajita de lustrar zapatos y a ganarse el pan, para él, para la abuelita y para sus 4,5,6,7,8,9 hermanos!. Duro no?, pero el hombre estaba hecho de un material diferente, sacó de esos momentos angustiosos y duros, sus propias lecciones, descubrió que el negocio era el porvenir, que podía cambiar su conocimiento por dinero (les hacía sus tareas a los hijos de finqueros, estos agradecidos le daban dinero), se dio cuenta que la fortuna, esa diosa veleidosa e inconstante, no era algo que lo encontrara a uno, uno tenía que encontrarla a ella, “por eso las oportunidades hay que tomarlas por el pelo, recordándose siempre que son calvas las bandidas”.

Tuvo muchos empleos, en ninguno pasó de aprendiz:  trabajó en la zapatería de don Octavio Sosa, como ensuelador “horroroso trabajo”, estuvo en los telares de don Joaquín, por allá en Canshac, el maistro Lencho le enseñó los rudimentos de la sastrería, en una barbería lo corretearon por casi cortar una oreja, hasta hizo sus tanes como albañil, nada, hasta que se topó con la imprenta “bendito trabajo, siempre estaré agradecido con mi compadre Poncho, de no ser por él, no se que me habría pasado”, ese era su mundo, desde el primer momento supo que ha esto quería dedicarse, “si yo ya no tengo sangre en las venas, sino tinta”, de esta manera tan contundente me indicó un día su amor a la imprenta.  Dedicado como pocos, responsable como el que más, pronto llegó a ser el jefe de talleres de la imprenta Cultura, bajo su dirección esta imprenta alcanzó  su época dorada,  por ahí entre la década de los 50s y 60s, tanta era la confianza de don Alfonso, que realizaba viajes a México por meses, dejándolo a él a cargo de todos los negocios, con llave no solo del taller, sino también de la casa.  Trabajaban día y noche, era un esfuerzo sobre humano, como pudo siguió estudiando en la Escuela Esfuerzo de Ciencias Comerciales durante la noche, fue de los pioneros de la radio en Huehuetenango, uno, sin dudarlo, de los mejores locutores locales, “me levantaba a las 4:30 am, iba a la radio a encender los aparatos pues tenían que calentar, para que a las 6:00 en punto principiara la transmisión”,  a las 7 de la mañana, corría a su casa a desayunar, a las 8:00 se presentaba al taller generalmente a abrirlo, a las 12:00 otra hora en la radio, a la 1 el almuerzo, a las 2:00 de la tarde otra vez al taller, a las 7:00 de la noche, a la escuela de Comercio, salir a las 10:00 de la noche, dirigir sus pasos presurosos al taller, hasta las 12 ó la 1 de la mañana, ir a medio dormir un poco y otra vez a levantarse de madrugada, ese trajín lo llevó durante al menos ¡7 años!

A pesar de todo, el hombre seguía buscando un mejor futuro, en cierta ocasión pidió a crédito unos cuadernos empastados al agente vendedor que visitaba a don Poncho, el hombre se los mandó, él al tenerlos se asustó mucho: “eran 100 cuadernos empastados, mijo, yo no sabía que hacer con ellos, una parte se la di a mi mamá, que ya tenía su tiendecita, otra a Manolo que recién empezaba a dar clases en el colegio De La Salle, otro poco que yo fui vendiendo, al final cuando vino el viajero, se los pude pagar, fueron noches de no dormir”.  Al fin se graduó de Perito Contador con las mejores notas, en su examen final, frente a una terna examinadora, dio a conocer sus dotes de orador nato, “brillante exposición” le felicitaron, a los pocos días lo llamaron del Banco de Desarrollo (Bandesa, hoy Banrural), querían que se hiciera cargo de la agencia nueva en San Antonio Suchitepéquez, para allá se fueron, mi mamá, mi abuelita Yeya y Stuardo, su primer hijo.  En ese recóndito lugar, donde lo único que abundaba era el calor, tuvo que enfrentarse a su primera gran derrota: “empecé a tomar a los 24 años, primero unas cervezas, después botellas de alcohol, cuando me di cuenta, estaba atrapado, en San Antonio por primera vez perdí totalmente la conciencia de mis actos, llegaba tarde al trabajo, me salía por ir a tomar un trago, un auténtico infierno, conocí ahí un policía, nos hicimos buenos amigos, claro él también tomaba, creo que era de San Pedro Necta, me contaba su historia, triste, tristísima, yo le contaba la mía, en fin, perdí el control de mi vida. Para evitar que me sacaran del trabajo, presenté mi renuncia, no me la querían aceptar, pero insistí, un señor de apellido Galicia, huehueteco, me dijo que me iban a dar mi tiempo, pero que lo pensara, yo era un buen trabajador, insistí en que ya no quería estar en ese pueblo, me ofreció que en uno o dos meses me trasladaban a Huehue o a Guatemala, yo no quería nada, tenía miedo que me descubrieran en falta, al final me aceptaron la renuncia y regresé a Huehue, derrotado”.  Cuando regresaron a Huehue con una mano adelante y otra atrás, corrieron a donde mi abuelita Rafita, ella les dio un cuarto en su casa de Minerva, mi abuelita Yeya, no conforme, pronto encontró un cuarto de alquiler con don Lencho López,  allí vivía Mamatita, nuestra cariñosa y aguerrida tía abuela, empezando una nueva vida, un poco más calma.  Allí nacimos José y quien esto suscribe, una especie de vecindad siendo vecinos de El Negro y La Justa, de Mamatita y don Lito  y un sinnúmero de personajes más que sería prolijo enumerar, con quienes por largos años compartimos la pila, los dos patios, el servicio sanitarios, la regadera, las goteras y la pobreza.  No hace mucho, al pasar frente a aquella casa en la cual vine al mundo, no dejó de causarme cierta desazón ver que estaba convertida en flamante parqueo. Desde la calle, observé absorto, que el paredón que daba al barranco, en los linderos de la propiedad, permanecía en pie.  ¡Cuántos recuerdos acumulados bajo su alero!.

A los dos meses le enviaron el dinero de su tiempo, nuestro hombre ya tenía un plan: poner su propia imprenta, era el año de nuestro Señor de 1967, hizo cuentas, dispuso ir a Guatemala a buscar una máquina Chandler, algunas cajas de tipo y ya, no alcanzaba para más; con su presupuesto muy ajustado, solo podía estar en Guatemala por 6 días, gastando 1 quetzal diario!, nada más. Se despidió de su esposa que lo vio partir no sin aprensión, de su suegra, de su hijo y del hijo que ya venía en camino, compró su pasaje en Rápidos Zaculeu (costaba 3 quetzales el pasaje), y partió lleno de esperanza y mucho miedo. En el camino, platicador que era, trabó amistad con un tipo que dijo ser guanaco, le contó sus penas, éste señor le dijo que cerca de la oficina de Rápidos en Guatemala, había una pensión en la que podía quedarse, costaba 1 quetzal y le servían los tres tiempos, así conoció la famosa Pensión Meza, buena cama y buena mesa.
Era el mes de junio, un junio que él recuerda particularmente lluvioso, empezó por buscar a don Ponchito, un santo señor que tenía su imprenta en la 7ª.. calle, a unos pasos del callejón Del Fino, el fue su Virgilio, le decía donde podía encontrar el equipo que necesitaba, le indicaba que camioneta podía tomar, como nuestro hombre no podía gastar más de 1 quetzal diario, decidió dar largas caminatas que lo llevaron a la zona 3, a la zona 5, a la zona 7, a la zona 2, pero nada le convencía, unas máquinas estaban maltratadas, otras hasta quebradas, aquellas muy caras, estas no tenían polea Horton, las demás, casi inservibles, el tiempo avanzaba, ya llevaba 5 días y no encontraba lo que buscaba, en la pensión conoció a un mexicano que decía ser actor de fotonovelas, era un tipo alto, rubio, ojos azules, muy bien parecido, con unos labios delgados que le daban a su semblante un aspecto burlón, decía que el licor lo había acabado: estaba en Guatemala haciendo una historia, cuando decidió tomarse unos tragos, fue el fin, los productores se enojaron y lo dejaron solo, ahora estaba tratando de juntar algo de dinero para poder regresar a México. El mexicano sacaba el día haciendo collares, papá le pidió algunos, mientras buscaba su imprenta, vendía los collares, logró ajustar el dinero para dos días más (cada collar lo vendía a 10 centavos, le pagaba 5 al mexicano y él se quedaba con los otros 5, saquen sus cuentas).

El séptimo día de estar en la capital, al regresar a la pensión Meza, se topó con un telegrama, el corazón le dio un brinco, lo abrió precipitadamente: “Avísole Aury grave, regresar inmediatamente.  Elvia Villatoro”, cómo, la Aurita mala?, si estaba bien cuando me vine, será por el nene, ya irá a nacer?, si solo tiene 7 meses de embarazo, no es posible, que hago?, ya era de noche, no tenía dinero para mandar un telegrama, solo tenía el dinero del pasaje de vuelta, se acostó sin cenar, no durmió, al otro día corrió a la oficina de Rápidos (cosa que nunca olvidó, el mexicano en cuestión lo acompañó hasta la oficina, cargando su maleta, dándole palabras de aliento, ¡bendito seas mexicano!) y regresó a su tierra.

Al llegar, doña Aury ya estaba en trabajo de parto, nació un lindo niño, blanquito, chiquitito, débil, apenas se le oía llorar, mi hermano José reclamaba su lugar en el mundo 2 meses antes de tiempo, la abuelita Yeya estaba loca de contenta “se parece a mi papá” proclamaba orgullosa arrullando a su nieto.  Papá estaba extasiado “viera mijo, con el nacimiento de su hermano José, sentí una cosa aquí en el estómago que no puedo explicar, no es que no me haya emocionado con el nacimiento de todos ustedes, espero que me entienda, es que fueron las circunstancias, ni siquiera teníamos pañales para el nene, ni leche, ni nada, yo no tenía trabajo, quería empezar el camino incierto de fundar una empresa, cuando vi a mi nene por primera vez, se me llenaron los ojos de lágrimas, lo abracé con sumo cuidado, es que era tan chiquito, tan frágil, lo besé y le dije al oído que ya no tomaría, que él no me vería borracho, no se cuantas cosas más le dije, lo acosté y se durmió, fue una sensación extraña, fuerte, solo volví a sentir algo parecido cuando nació la Mica”, durante 14 años cumplió el viejo su promesa hecha al recién nacido.

Estaba con el agua hasta el cuello, no tenía dinero, no tenía trabajo, no había encontrado Su Máquina, una boca más que alimentar, se levantaba temprano, deambulaba sin rumbo, pidiéndole a Dios una mano, ¿qué hacer?, si empezaba a gastar el dinero de la liquidación, adiós sueño, si no lo gastaba, qué comería su familia?, en esas penas andaba cuando su suegra, mi abuelita Yeya, le dijo: “no se preocupe Nolo, mire aquí tengo ya unos encargos de costuras, las señoras Villatoro hasta me dejaron un anticipo, con esto la podemos ir pasando, para comer tenemos, váyase a Guatemala sin pena, yo aquí me las arreglo, vaya, corra, busque Su Máquina, una buena, Dios no nos abandonará, yo aquí miro a los nenes y a la Aury, no vaya a gastarse el dinero y ya no podrá comprar su imprenta, Dios nos guarde”, “que mujer mijo, siempre me dio el impulso que necesitaba, si no fuera por ella, otro gallo nos cantaría”  me decía eso con convicción, vivió siempre agradecido de su suegra, brindándole amor, respeto y cuidado, hasta el último día de su vida.  

Y regresó a Guatemala, esta vez doblemente apremiado, otra vez a la pensión Meza, buena cama y buena mesa, con la firme decisión de no regresar a Huehue hasta tener lo que tanto anhelaba, su sueño largamente esperado, Su Imprenta.  No fue nada fácil, siguió visitando imprentas, el tiempo pasaba, el dinero se agotaba, dio por vender libros “el oficio más difícil del mundo hijo”, todavía estaba el mexicano, actor de fotonovelas, en esa ocasión éste le dio unas fotonovelas en las que ciertamente aparecía como protagonista, vivía también en aquel lugar un gringo sucio y desaliñado, decía ser arqueólogo, la pareja de bailarines, un pintor, un poeta, el señor aquel que decía ser un ministro en la época de Arbenz,  todos con una historia amarga, todos sin un lugar donde reposar la cabeza, todos sobrevivientes, aquel era un lugar sin esperanzas, muchas veces llegó a sentir que el medio lo oprimía, lo aplastaba, tenía que salir antes de ser anulado por completo. Entendió bien por aquellos días  la frase  “los desterrados de la tierra” y no quería ser uno de ellos, pero ahí estaba.

Cuando ya llevaba diez días en las mismas, lo robó al mexicano una de sus revistas que este guardaba con especial celo, la cortó e hizo una elegante plantilla para su zapato izquierdo, que ya lucía un gracioso agujero en el centro. Después de arreglar su zapato, se arrepintió de lo que había hecho “viera como lloraba el hombre, parecía que alguien se hubiera muerto”, con todo decidió salir, cargando el pesado maletín donde guardaba los libros, dirigió sus pasos a la imprenta de don Ponchito, quien al nada más verlo, lo urgió: “¿dónde se había metido hombre de Dios?, lo he estado esperando, tengo lo que busca, allá en lo colonia Landívar, un don va a vender su imprenta, dice que la remata, yo no conozco el taller, tenga aquí está la dirección. Es por la zona 7, pasadito del Trébol, tome la camioneta 15 A, esa sale del parque Colón, aquí arribita, pero váyase volando, hace 4 días que me la vino a avisar, corra hombre, no ponga esa cara, presiento que esta es para usted”.
Dejó con don Ponchito su maletín, en esta ocasión si tomó el autobús, iba nervioso, no quería abrigar muchas esperanzas, varias veces lo que le ofrecían no era de su agrado, pero esta vez tenía la esperanza de que si fuera la vencida.    Se bajó en el Trébol, preguntó en la farmacia Landívar, a si, mire camine dos cuadras para allá, cruza a la derecha, camina 5 cuadras, esa es la 11 avenida, de ahí a la izquierda otras 2 cuadras llega a la 12 calle, una media cuadra más y allí está la imprenta, no hay pierde, con estas indicaciones, pronto llegó al lugar, le atendió un tipo moreno, gordo, pelo crespo, ojos avispados, no muy alto, don Horacio se llamaba. Que si aquí vendo esta belleza,  mire usted, la máquina Chandler 12 por 18, impecable, la guillotina Shimaneck con dos cuchillas, esta mesa de imposición, todas esas cajas de tipo que ve usted ahí, paica, blanco, filetes, llaves, esas foliadoras que ve aquí, estos dos mostradores, hasta esa mesa y esa silla se van; mi papá no lo podía creer, la Máquina estaba en perfectas condiciones, con polea y todo, ninguna duda que aquella era La Máquina, la guillotina, la mesa de imposición, en fin, todo para empezar a usar, hizo algunas pruebas en la máquina Chandler, preguntó porqué la vendían: mire patrón, este taller era de un mi hermano, aquel se cansó de esta onda y me lo vendió a mí, ya intenté tenerla pero no usted, mucho chingan los trabajadores, chupan, roban, ya no vienen, eso es un quitadero de vida, por eso lléveselo todo, solo quiero Q11,000.oo, se lleva un señor taller, se lo aseguro.  El corazón del don casi estalla, esto era lo que él estaba buscando, sin embargo había un problema, solo tenía Q7000.oo de su liquidación, ni un centavo más, qué hacer?, negoció con el fulano, ofreció: deme solo la máquina y la guillotina, algunas cajas de tipo; pero no, yo lo que quiero es salir de todo el taller, haga la lucha hombre, consígase otros lenes, mire se lo dejo por ser usted en Q10000.oo, ni un centavo menos; es que no los tengo; vamos hombre, le doy unos días, me cayó bien, consígase el dinero y se lleva esta lindura, le aseguro que no se arrepentirá.  Está bien, deme unos días, pero no lo vaya a vender, voy a ver que hago y regreso.   No tenga pena, usted parece una gente decente, por las plumas se conoce al pájaro, como decía mi abuela, le doy 8 días, si en ese tiempo no vuelve, pues lo vendo al primero que venga.

Regresó a Huehuetenango mitad contento, mitad desesperado, dónde conseguir la plata?, cuando llegó a su casa, contó sus peripecias, la abuelita Yeya, sin decirle nada la dio Q200.oo, de algo le servirán, él no quería aceptarlo, ella solo sonrió, al otro día temprano, corrió con su mamá a contarle sus penas, ella buscó en el fondo del cajón donde guardaba sus centavitos y le dio Q50.oo, él casi llora, no mamá, a usted le sirven más, como querés Nolito, usalos, ya me los devolverás, fue entonces con don Octavio Sosa, el zapatero donde años antes fue aprendiz,  no mijo, si te los presto te endeudas conmigo, y quien sabe como te va a ir, mejor no, fue con don Augusto Alvarado, no Nolito, ahorita no tengo nada, mire que jugando cartas ayer me dieron una bajada terrible, con decirle que ahorita hasta debo, nadie le daba el dinero, tenía 10 días de estar en esas angustias, ya daba por perdido el taller de su vida, cuando el tìo Manolo le dijo que su hermano Oliver estaba en Huehue, él tiene ese dinero, te los puede prestar, entonces con mucha reticencia fue a buscar al tío Oliver, éste estuvo de acuerdo en prestarle la plata, pero quería un documento con un abogado, decidieron buscar el abogado cuando el abuelo Fernando se enteró del asunto y les dijo: “miren, ustedes son hermanos, para que le vas a prestar el dinero vos Oliver, mejor dáselo y formen una sociedad, una parte para vos Nolo y otra para vos Tobi”, a ninguno de los dos le gustó mucho la idea, sin embargo fueron con el licenciado y firmaron un documento en el cual se hicieron socios, tío Oliver puso sus Q3000.oo y papá los Q7000.oo.  Ya con el dinero, buscó un lugar donde traer sus máquinas, la abuelita Rafita le dijo que el Lic. Calderón tenía en alquiler un cuarto, fue a verlo y lo tomó en alquiler por Q30.oo mensuales, pagó dos meses, saliendo rumbo a la capital de madrugada, esta vez en El Cóndor, se bajó en el Trébol, corrió hacia la imprenta, y su mundo se le vino abajo cuando al llegar a la esquina del taller, vio como un camión partía lleno de cosas de imprenta, “por poco me regreso ahí mismo, nunca me he sentido tan decepcionado mijo”, sacó fuerzas de flaqueza y fue al taller, ahí estaba don Horacio, que al verlo llegar lo saludó diciendo: “sabía que vendría”, mi papá le explicó que le había costado encontrar la plata, pero que ahí estaba dispuesto a hacer el negocio, pues bueno le entremos, usted ya sabe lo que quiero, Q10000.oo y el taller es suyo, mire la verdad es que solo conseguí Q9500.oo, quite algunas cosas y listo, a usted es un bandido, pero para que vea, deme los Q9500.oo ahorita y listos, papá ni lerdo ni perezoso, le dio el dinero, el otro le dio un recibo simple y le dijo: bueno, está hecho, vaya a traer su camión y lo carga, yo ya quiero entregar este local, no quiero pagar otro mes de alquiler.  En el camión no había pensado mi previsor padre, bueno, deme tiempo en lo que consigo el camión, ya vuelvo, se apura porque voy a cerrar a las 12:00 y en la tarde no se si me da tiempo a venir, sino lo dejamos para mañana. 

Don Arnoldo salió en busca del camión, pero dónde conseguirlo?, fue preguntando de aquí para allá, por fin dio con un comedor donde muchos camioneros comían, y ¡oh casualidad! (voluntad de Dios corregía siempre la abuelita), allí encontró a tío Checha, le contó lo que le pasaba, no te preocupès hermano, yo me llevo tus aparatos para Huehue, pero venì, comé algo, mirá como estás, vení hombre, de pronto sintió mucha hambre, cayó en la cuenta que no había comido nada desde el día anterior, pidió algo de comer, comiendo estaba cuando se dio cuenta de su error: que pasaría si al regresar ya no estaban las máquinas?, solo tenía un recibo simple, cómo comprobar que era del pago por el taller?, ni siquiera sabía cómo se apellidaba el hombre con el que había hecho el negocio, horror, ya no podía estar tranquilo, le comunicó sus dudas a tío Checha, éste le ratificó sus peores temores: no hermano, aquí en Guate hay que tener mucho cuidado, la gente es liebre, un descuido y zaz, te joden viejo, mirá, paguemos rápido y vamos a ver donde están tus máquinas.

Al llegar al taller, lo encontraron cerrado, trataron de ver hacia adentro, imposible, no había por donde, averiguó en las casas vecinas, nadie sabía donde vivía el dueño, no quedó más remedio que esperar, no podían quedarse estacionados enfrente del taller como era el deseo de papá, tuvieron que buscar un lugar seguro para guardar el camión, pasar la noche, tratar de dormir algo, esperar que amaneciera.  Al despuntar el alba del día siguiente, corrieron al taller, no pasaban de las 6 de la mañana, nuevamente los intentos inútiles de ver al interior del inmueble, la desesperación y angustia se apoderaban de don Nolo, al fin, cuando estaban a punto de ir a buscar a la policía al filo de las 9 de la mañana, apareció don Horacio, caminando tranquilamente, venía comiéndose una naranja, papá no supo si abrazarlo o ahorcarlo, afortunadamente no hizo ni una ni otra, empezaron a cargar el camión, primero las cajas de tipo, la caja de viñetas, todo el blanco, los filetes, los componedores, en fin, todo lo pequeño, luego los muebles más grandes, por último la mesa de imposición, la guillotina y la prensa, para estas últimas máquinas llamaron un montacargas, la última en subirse al camión fue la Chandler, al maniobrar el montacargas la máquina se ladeó peligrosamente amenazando con caer, papá en un impulso corrió debajo de la máquina tratando de sostenerla, “por la gran puta don, quítese de ahí, le puede caer encima esa babosada” le gritó el piloto del montacargas, por fin la máquina fue subida al camión, mientras tanto, don Horacio quería convencer a papá de traerse una Minerva 10 por 15 que tenía, mire con esta máquina nadie va a poder competir con usted, esta es una máquina alemana, Heildelberg, nada se le compara, anímese, por otros Q5000.oo quetzalitos es suya, deje primero que me lleve esto, más adelante si consigo la plata regreso por ella.   Está bueno usted, mire llévese esta mi tarjeta, es la dirección de mi casa, si de aquí a un mes todavía le interesa, hablamos.   Papá tomó la tarjeta, no sin cierta rabia, si se la hubiera dado el día anterior, no se hubiera preocupado tanto, en fin, salieron a la Roosevelt, se encomendaron al Señor, dirigiéndose presurosos con rumbo noroeste, hacia el final del arcoíris.

Al llegar, el abuelo y tío Manolo consiguieron algunos muchachos que con lazos y tablas, lograron bajar las máquinas, dejándolas en el lugar que ya tenía preparado:  3ª Avenida 3-13, zona 1, a eso de las 9:00 de la noche, cerraba la puerta del pequeño local, sus muchas penas, angustias y desvelos, por fin tenían razón de ser ,  su sueño dormía dentro.


Post Scriptum  El día siguiente, muy de mañana, abrí mi local, empezando poco a poco a darle forma, ordenando las cajas, colocando el blanco, barriendo, limpiando, eran como las 3:00 de la tarde cuando pasó por ahí mi gran amigo Luis Méndez, al reconocerme entró al local diciendo:  quiubo manito, qué hacés, es tuyo todo esto?,   pues ya ves vos Güicho, aquí estamos viendo que hacemos por la vida, ayer bajé las máquinas, hoy estoy empezando a arreglar todo, vamos a ver que tal nos va; te felicito manito, seguro te va a ir bien, vos sos mero listo y trabajador, ahí vas a ver que en poco tiempo, gente te va a faltar para hacer todo el trabajo que te va a llegar, vos conocés bien el arte manito, seguro que así va a ser.   Gracias mano, a ver que dice Dios.  Mirá Nolito, que casualidad, fijate que tengo que encargar estos diplomas, yo digo que vos bien me los podés hacer verdad?.
Eran cinco diplomas, no terminó de decirme eso y ya tenía yo el original en las manos, casi se lo arrebaté, los empecé a formar, acuñé el molde, entre las cosas que me dieron junto con el taller, venían unos pliegos de cáscara de huevo, lo corté, aquel me leyó el original para corregirlo, le dio vueltas al volante de la Chandler porque todavía no tenía luz, en cosa de 1 hora le entregué su trabajo, no recuerdo cuanto le cobré,  lo que si recuerdo es que el billete que me dio lo vi del tamaño del periódico, esa noche por primera vez en mucho tiempo, camino de la casa, vi que el cielo estaba estrellado, no había frío, ni lluvia, ni viento,  dormí tranquilo, con la confianza de saber que había tomado el camino correcto y la satisfacción del trabajo bien hecho……era un 30 de agosto de 1968.

Sergio Cano

Comentarios

  1. Que bella narracion Chichio,y vos Gustavín por publicarlo, me emocioné tanto que estoy llorando de emoción al recordar parte de pasajes vividos o contados o escuchados por los personajes aquí citados, hace muchos años, de este hombre tan amado y querido a quien lo tengo en mi corazón y a quien ame como un padre. Gracias por compartir esta faceta que me reconstruye el rompecabezas de la vida. saludos Rudy Cano

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  2. Gracias por comentario tan afortunado de nuestras raices comunes. Bendiciones primo!

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