VÍSPERA DEL DIA DE LAS MADRES

Madre (…) tienes derecho de abrazar a tu hijo, de quien hiciste un hombre que vuelve de la vida con el jornal ganado. M.A. Asturias

VÍSPERA DEL DIA DE LAS MADRES

Por Gustavo Cano

Es casi medio día, de la víspera del día de las madres, un sol pleno, radiante, en un cielo azul levemente adornado por un par de nubecitas inmaculadas, baña basto la tierra martirizada, mientras, subo por una calle, que mas es una vereda polvorienta, la temperatura debe de estar cercana a los treinta grados centígrados a la sombra, pero no hay sombra, ahora entiendo que pudo sentir Ícaro en su final empresa.

Llevo puesto mi chaleco negro y siento que me calcina hasta el tuétano. La humedad del ambiente me sofoca y apenas respiro entre la estela de polvo que me deja regalada una auto patrulla que pasa rauda con un piquete de efectivos. Unos chuchos flacos, siguen mis pasos, atentos, con unos ojos que me atrevo a pensar entre intrigados y miedosos. Ya en la parte más alta encuentro los primeros vecinos que me prodigan miradas indiferentes, unos están de negro y otros están más chapudos que quinceañera en baile de pueblo. Finalmente diviso la casa que es mi triste meta. Ahora ya no contemplo mi sombra.

Unos días antes, regresando de mi caminata matutina, muy de mañana, pase por el expendio de periódicos, leí el titular de un par de prensas y me detuve a pensar en la ingratitud del mundo, entre que Osama se fue a encontrar con las vírgenes que ofrece la Yihad a sus mártires, el que un tercero interpuso un amparo al divorcio de doña Sandra la ex o ¿no ex? del presidente y el que Obama no es gringo de nacimiento, creí, ilusamente, no poner atención a las circunstancias.

Sin embargo, de camino, navegando entre infinitos neutrinos y fotones que siento materializados gracias al peso del astro rey sobre mi testa, traje a mi mente la estampa, que quedó grabada en mi retina sin percatarlo, fruto de la insolación o simplemente un recuerdo fotográfico: la familia propietaria trabajando en pleno, la madre repartiendo a los voceadores, el padre contando los ejemplares y hablando por teléfono, dos de las patojas llevando entrambas un fardo de los matutinos al transporte, el patojo arrancando la moto. Todo transcurría en armonía, con la belleza de la rutina, con el silencioso trabajo de una máquina perfectamente bien aceitada. Había paz, armonía, responsabilidad y ¡el entusiasmo de sacar adelante una empresa!

Hallé en el umbral de la puerta al padre, vestía riguroso luto, me dijo con pausada serenidad, fruto de horas de angustia y desolación, que era un buen vecino, un buen ciudadano y que tenía derecho a pedir justicia, no porque esto revirtiera las cosas, sino porque ahorraría el dolor a otra familia, dolor que no puede desearse ni al peor enemigo. Lo que me confirmó su tesis: es un buen ciudadano.

Ya en la humilde sala familiar, de techo de lámina, muy bajo y paredes de block desnudo, destacaba en la escena un mar de flores, el verso que reza que: “Estimada es a los ojos de Jehová la muerte de sus santos” Salmo 116, 15; y sobre todo la fotografía de un joven… que es casi un niño, allí a la par del féretro llora una mujer a la que conozco bien, pero a la que por un momento ¡no reconozco! Parece que trae encima el peso del mundo, el dolor del mundo. Presento mis condolencias y entre lágrimas y sollozos se queja conmigo: me han matado a mi hijo, solo iba a dejar unas prensas y por robarle la moto, me lo han quitado, lo presentí, tenía días de estar angustiada y siempre le recomendaba que se cuidara, pero ¡me lo han quitado!... Estoy ahora helado, tiritando, mudo y con un nudo en la garganta. Bien dice la sabiduría popular que cuando muere un padre los hijos se llaman huérfanos, cuando muere el cónyuge se llaman viudas, pero cuando muere un hijo… para eso no hay nombre.

Esta muerte, como cualquier otra muerte violenta, como dicen los obispos guatemaltecos en la carta pastoral del 2007, “es una forma pecaminosa de negarle a Dios la gloria que merece” porque la vida de este joven, como la de cualquier ser humano es la gloria de Dios (San Irineo). Por eso yo prefiero quedarme con esta otra traducción al verso 15 del Salmo 116: Al Señor le cuesta mucho ver morir a sus amigos.

Comentarios

  1. Escena que a diario se repite, y por lo mismo se vuelve cotidiana, y al volverse cotidiana se vuelve costumbre, y al volverse costumbre deja de sorprender, y al dejar de sorprender pierde la atención, y al perder la atención... ya no tiene importancia...se vuelve estadística, se vuelve un número, se vuelve anónimo... No tiene nombre.

    Excelente reflexión Gustavo.
    Gracias por compartirla.

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