DOMINGO DE LA ALEGRIA


Él estaba conmigo, / pero yo me sentía solo. Humberto Ak´abal.
Domingo de la Alegría

Por Gustavo Cano

L
e conocí en el verano del 2007, cuando invitado por la coordinadora del ministerio de lectores de la parroquia, fue a dictar una charla sobre la Lectio Divina. En el receso, la coordinadora, me interpeló: ¿Qué te pareció este seminarista? Y me atreví a profetizar: Si llega a la ordenación escucharemos de él o él se hará escuchar, aunque más creo que lo primero será producto de lo segundo.

Muchas lunas después de aquella calurosa mañana, en nombre de la porción del pueblo de Dios, confiado a su cuidado, me ha tocado agradecerle su servicio durante estos últimos tres años de pastoreo incansable, cercano, contundente pero sobre todo amoroso, que se ha reflejado no solo en el anuncio kerigmático de Jesucristo en medio de nuestras realidades, sino sobre todo en un ejemplo siempre vigoroso y renovado de la vida gozosa en el camino trazado por la misericordia y el poderoso brazo del Creador, que siempre confabula para el bien de los que le aman.

Sin embargo, es imposible negar que es una tarea ardua, no porque sea difícil agradecer tanto bien hecho, sino porque tiene el amargo sabor de la despedida, en el marco de la interrupción de un lazo forjado por la fe común y comúnmente animada en la cotidianidad y la frecuencia periódica. Pero sobre todo porque un velo de tristeza cubre el corazón cuando un amigo se va. Y me parece anecdótica, por decir lo menos, que tenga que hacerlo en la víspera del Cuarto Domingo de Cuaresma, llamado el de la Alegría.

Tuve la suerte de compartir con mi amigo muchas experiencias, comimos juntos, viajamos a muchas partes y nuestro trabajo parroquial nos hizo coincidir en múltiples ocasiones, hablando muchísimas horas sobre mil tópicos pero particularmente sobre la vida de la iglesia, sobre nuestras vidas y sus vicisitudes. Le escuché casi abstraído más de un centenar de homilías, en las cuales la palabra clara, el llamado constante a la conversión, a la práctica de los más altos valores morales y familiares, pero sobre todo a vivir el amor hasta que duela, fue una constante. Pero hoy, evaluando el peso de esto en mi vida, descubro que a pesar de ser este de una importancia capital, se desvanece a la par de su ejemplo. Porque constato, al fragor de una amistad de mucha horas/hombre, que es un trabajador de la viña del Señor que vive lo que predica. De muestra un botón: Muchos dirán juzgando nuestra amistad “este a los pecadores recibe y con ellos come.” (Lc, 15, 2) y dirán bien, a pesar de ello, me ha premiado con su amistad que quiero juzgar eterna, sin juzgarme, siendo duró con el pecado pero suave con el pecador. Y esa actitud, esa enseñanza, me ha orillado en múltiples acontecimientos de mi vida, a emprender la ruta de regreso a la casa del Padre.

Mi aporte al profetismo del siglo XXI ha sido fallido. De este hermano que hoy emprende una nueva tarea y misión, he escuchado más que de su palabra clara, de su ejemplo que arrastra.

 “Tú, Señor, que eres la Alegría Permanente, perdona nuestras tristezas continuas.” (Acto Penitencial IV Domingo de Cuaresma)

Gracias Padre Selvin Alva. Dios le bendiga.

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