Puente Argueta

"Definitiva como un mármol / entristecerá tu ausencia otras tardes." Borges.

PUENTE ARGUETA

A mi padre


Luego de un fin de semana largo (el día del trabajo cayó viernes ese año), hice el viaje de regreso a la ciudad de Guatemala, desde mi natal Huehuetenango, en la madrugada del lunes. Recorrido de unos 260 kilómetros y cinco tortuosas horas de duración, con el objeto de proseguir mis estudios en la Carolina. Ese día mi papá dispuso que hiciéramos el viaje, juntos. Al menos una parte.

Días atrás, don Nolito había hecho el viaje de ida a la capital en su camionetilla, una Datsun 120Y color amarilla, del año 78. Luego de realizar varias compras, cargó todo en este bólido, se ajustó la gorra de Quaker State, se santiguó y enfiló hacia el noroccidente por la Roosevelt, para su enésimo viaje sobre la cinta asfáltica de la CA01W, ruta que “la camionetilla ya conocía”, como le gustaba decir. Pero por más conocimiento que tuvieran, (mi viejito y su camionetilla) el motor tuvo un desperfecto y la aventura terminó por el kilómetro 130. Se recordó de un amigo mecánico que tenía su taller por allí cerca, en la comunidad de Argueta, al lado del puente homónimo; pidió jalón, llegó al taller, el mecánico lo fue a remolcar, revisaron el problema y el joven dictaminó –No don Nolo, esto necesita un repuesto que solo vamos a conseguir en Guatemala, déjemelo y venga a recogerlo en un par de días. No hubo más opción que parar un bus de línea, transbordar las mercancías y hacer el resto del trayecto en esa parrillera, con el aliciente que el pollo que llevaba de vecino, sirvió de almuerzo en la jornada siguiente.

Durante el fin de semana en cuestión, el mecánico que se hizo amigo de mi padre, no solo porque era su cliente, sino por el don de gentes de mi ancestro, le llamó para informarle que la datsun, estaba ya lista. Con la finalidad de ir a por ella, mi padre dispuso que viajáramos juntos.

Creo que fue la única vez que viaje en el colectivo con mi papá, aunque no estoy seguro; pero es del único viaje del que guardo una memoria nítida.

Salimos temprano de la casa, llegamos a la estación del bus, lo abordamos, platicamos poco, como siempre… me deseo éxitos en los estudios, me recomendó que me portara bien, me dio un billete de diez quetzales; el chofer gritó: Argueta don Canito, se incorporó de un brinco, se ajustó su sempiterna gorra de viaje y se apeó del bus.

Verlo a la orilla del camino levantando las manos para despedirse de nuevo de mí y perderlo de vista casi de inmediato, por la neblina y la cercana curva; me provocó una tristeza infinita. Me sentí desprotegido, abandonado a mi suerte sin contar ya con el amor de mi padre; pero más tristeza me dio cuando caí en la cuenta que no había aprovechado el momento para compartir ideas, para descubrirle mis sueños, para entender sus preocupaciones y frustraciones de la vida, para decirle lo mucho que lo admiraba y amaba.

Paso hoy sobre el puente Argueta en la víspera del día del padre y dos décadas después, compruebo que Gardel tenía razón: veinte años son nada; el sentimiento regresa integro a mi razón.

Papa su ausencia, de nuevo, ha arrugado mi corazón en esta tarde que parecía impertérrita.


¡Feliz díadel Padre!

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