PRIMAVERA DE DIEZ DÍAS

"A menudo, la justicia, es decir, el deber y la conciencia, obligan a decir y hacer cosas que pueden suscitar oposición en nuestro entorno, también en el ámbito más estrecho de la propia casa, advierte Jesús (Ver Lc. 12, 53)..." (RanieroCatalamessa)

Primavera de Diez Días
Por Gustavo Cano

El mal traído y llevado juicio histórico por delitos de genocidio y lesa humanidad al ex presidente de facto José Efraín Ríos Montt, nos empujó a más de uno a tomar posición.

Por todos es sabido que este procedimiento desembocó en la condena y el posterior retrotraimiento  a una etapa procesal temprana, que trajo consigo la anulación de buena parte de lo actuado incluyendo la sentencia condenatoria, para el que sigue acusado de gravísimos delitos en contra del pueblo Ixchil, que a la postre somos todos.

En mi caso, opté por ponerme del lado de las víctimas. ¿Podría ser de otra forma? Sinceramente creo que no, pues al escuchar los testimonios de los sobrevivientes; paisanos nuestros siendo estos en su mayoría: humildes, pobres, enfermos, analfabetos, puestos por las circunstancias a la orilla de la senda del desarrollo; hemos revivido con ellos unos acontecimientos que no tienen nada que envidiar a la más atroz imaginación vejatoria de los derechos individuales, haciendo palidecer el carmesí infierno dantesco. Bombardeos, quema de viviendas, destrucción de cultivos, robo de ganados, masacres en las que se asesinó a la población no combatiente, donde no se hizo excepciones de ninguna clase. Igual se mató al hombre, al anciano, al niño, al no nacido; bueno, si hubo una excepción a las mujeres primero se les violó. Más de cien valerosos testimonios de los sobrevivientes, que salvaron el pellejo porque la providencia les preservó la vida para contárnoslo, refrendado por informes de más de cinco docenas de peritos y una pila de muertos exhumados de sus fosas comunes. Con lo que se demostró fehacientemente la política de estado de querer “quitar el agua al pez”, o como se ha dicho, quitar la marea humana a la ideología comunista. En alguna medida se logró, pero a un costo de dolor humano horrendamente inhumano. Para mí eso se llama genocidio.

Cuando exprese en las redes sociales mi alegría por la sentencia condenatoria por las atrocidades ya mencionadas, fui objeto de un sinnúmero de cuestionamientos: que si la otra parte, que si era comunista, que si los oenegeros extranjeros, que si el perdón, que si no era Cristiano… algunos con argumentos válidos, los menos; otros con meras descalificaciones y argumentos ad homine, los más y unos incluso insultando y amenazando desde el anonimato. Me clavaron una etiqueta simplista y desde ahí me juzgaron, dejando de lado el infinito jardín de opciones del pensamiento humano. “Vos eras de los nuestros” dijo más de uno, y yo replico, sigo siéndolo; pero siento la urgente necesidad de desmarcarme del mal y no puedo comprender como alguien pueda justificar cualquier pensamiento, por altruista, nacionalista o digno que este sea, si se fundamenta en la ignominia del atropello al bien más precioso, la vida; con el agravante que es menospreciada por el que debería de ser el garante por excelencia: el estado.

Pensé que en estos tiempos de paz y democracia, se había forjado en el imaginario colectivo de las mayorías, que todo ese mal, en Guatemala nunca más. Básicamente, mi alegría estribaba en el hecho de que el sistema calificaba de manera inequívoca, que este tipo de atrocidades, se ubican sin lugar a dudas, en el campo del mal. “Este juicio,” además, “es un gran espejo. En él no queda otro remedio que mirarse…” (El bálsamo del respeto. Carlos Beristain).


Probablemente tendremos que esperar otros treinta años para que la primavera de diez días que se alargó del 10 al 20 de mayo de la nueva era;  se instale de forma permanente en nuestro martirizado suelo patrio y mayoritariamente nos decantemos como sociedad por un esquema libre del malsano racismo y la exclusión.

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