QUEMEMOS AL DIABLO

“Ocurre en cada pulsación de tu sangre./ No hay un instante que no pueda ser el cráter del Infierno.” Borges

QUEMEMOS AL DIABLO
Por Gustavo Cano*

Yliane dormía todavía cuando la Rosita; una güira de unos quince años; le movía vigorosamente el brazo para que se despertara, gritándole “Yli, dice el coyote que nos vamos ahora”.

Medio segundo antes de abrir los ojos, recordó a su hijo que ese día cumplía ya tres años, mismos años durante los cuales no han sabido nada del tata que le dijo al irse “voy cumplir el sueño americano para los tres”. Se quedó en sueños.

Le tocaba a ella ahora emprender la aventura. Al nada más graduarse de maestra se fue a trabajar a una tienda de abarrotes, la de sus padrinos; pero al estar embarazada le pidieron que mejor se dedicara a cuidar a la nueva familia y ya con más tiempo, que regresara al trabajo. El novio espantado al verse sin trabajo y sin medios, optó por irse de mojado a los Estados Unidos, pero desde su partida no se supo más de él; aunque se sabe que tiene ya una nueva familia en las Californias. Al principio los papás metieron el grito en el cielo, pero al conocer al crío, pues el grito de tormento se tornó en la alegría de la casa. Así que siguieron apoyando a la patoja y su retoño. Pero, como dijo la mamá Tonita (abuela de la Yli) “mija la muerte la lleva uno entre las uñas”. El papá se fue a la capital a dejar una madera, en el camino lo emboscaron unos cafres que le despojaron del celular, pero en el trance se les zafó una bala calibre .45 que le dejó muerto en el asfalto. Al otro día su ensangrentado rostro ocupaba las cuatro columnas de un periódico de esos sensacionalistas. Estos no solo cegaron una vida, sino que dejaron sin sustento una familia. Empeñaron la casa y con eso juntaron los cuarenta mil quetzales que pidió el coyote por llevarla hasta Los Ángeles donde la recogerían unos familiares.

Cuando terminó de abrir los ojos ya estaba de pie, habían pasado tres días en una casa de seguridad del coyote, esperando el momento óptimo. La Yli se preguntaba: ¿Determinado por el horóscopo? o ¿Qué un planeta fuera propicio? Hasta que oyó al aullador: Que estén en el sector los policías ya hablados!

Le aconsejaron no llevar papeles ni nada de Guatemala, pues así si les cachaban podía decir ser de México. Así que no llevaba nada, solo la bendición de su mamá, el llanto y la fotografía de su nene y unos cuantos quetzales que le regalaron sus padrinos. Ni habían pasado la frontera y unos abusivos policías no contentos con la sobada que le propinaron a la Yli, le dijeron que si no dejaba para unas aguas no podría seguir el camino, por ir sin papeles. Perforaron la frontera por un paso ciego, tan ciego que es por todos conocido y que estaba más alegre que el mercado en domingo. Ya en tierras mexicanas la cosa se fue complicando. Por la cuenca de Papaloapan unos encapuchados les hicieron el alto, corrió el rumor “son zetas”, la Yli más asustada que un exorcista aguzó las orejas y escuchó este dialogo: “mira compadre, ya esta hablado lo de este viaje con tus jefes, no seas gacho déjanos seguir – no me dijeron nada buey, pero bueno pueden seguir, menos las mujeres” No había terminado de oírlo cuando se jaló a la Rosita y sin hacer ningún alboroto se escabulleron por la puerta trasera, en medio de la noche. Fue un milagro que no les vieran, caminaron toda la noche por la carretera y al amanecer, providencialmente se reencontraron con el grupo ahora diezmado que continuaba la marcha.

Muchos días después, sabe Dios cuantos, llegaron a la frontera gringa, el túnel por el que supuestamente iban a pasar, recién lo habían descubierto y ahora tendrían que pasar cruzando el tan temido desierto. Luego de varios días de espera, en lo que el coyote (que era ya el cuarto que se encargaba de los que quedaban del grupo original) estudiaba la ruta más conveniente a utilizar, conveniente para no ser descubierto, no así para no morir en el intento. El día llegó, mejor dicho, la noche llegó y emprendieron la última caminata, cruzaron la línea y empezaron a correr por el desierto, se dispersaron y empezó la huída para los “mojados” y la cacería para la “border police”; el coyote dio instrucciones precisas pero orientarse en esas condiciones es casi imposible. Al punto de reunión: un picop en la carretera llegaron muy pocos. La Rosita no fue de esos pocos.

Ya en las afueras de los Ángeles, la encerraron en una casa, donde tenía que llamar a sus familiares para que la fueran a recoger, previo el pago de quinientos dólares. El número de teléfono lo había extraviado en el tortuoso camino. Solo recordaba el número de sus padrinos en la tienda en Huehuetenango. Los captores accedieron a que llamara a los padrinos donde ella les pidió que se comunicaran con su mamá y ella contactara a sus parientes en LA porque si no la iban a matar.

A la tercer noche de la llegada de la Yli a suelo Angelino se desató una redada, en el barrio en donde vivían los parientes, barrio copado por pandillas. La indocumentada, fue arrestada y llevada luego ante un juez, obviamente no entendió una palabra del sumarísimo juicio. Le encerraron en una prisión con una gran celda comunitaria en donde no había ninguna ventana, donde no apagaban nunca la luz y el aire acondicionado estaba siempre a tope. No se sabía si era de día o si era de noche. Un día de tantos (parece que al 31avo día) la sacaron, la enchacharon y la llevaron al aeropuerto. Cuando despertó estaba ya en Guatemala.

Era un siete de diciembre cuando pudo estrechar en su pecho a su pequeño hijo con el que se fundió en besos y en lágrimas. La mamá le contó que la casa que era de ellas ahora la estaban alquilando por que el que les prestó el dinero, ya la había embargado.

El nene le dijo a la Yli: ¡Mamita quememos al diablo!

Huehuetenango fiesta de San Martín de Porres, 2014.

*Presidente Parroquial

Comentarios

Entradas populares de este blog

HOJA DE VIDA GUSTAVO CANO

María Elvia

20S