CALAMIDAD PÚBLICA

“…en la que es necesario que el Estado ensanche sus facultades a fin de proteger a grupos sociales carentes de medios para hace frente a desastres” L. Saénz.

CALAMIDAD PÚBLICA

Por Gustavo Cano.

Salí antes que saliera el sol. Llevaba el encargo de entregar la oferta de una licitación para dotar de unos útiles escolares a unas escuelas del departamento que no cuentan con organización de padres de familia y que por lo tanto no recibieron el desembolso específico.  Podía entregarlo en la oficina correspondiente del ministerio entre las 10:00 y las 10:30 am.

Calculé un viaje de unas 4 horas o 4:30 horas, por lo que salir a las 4 de la mañana era una idea más que prudente, pero pensé que era bueno anticiparse a cualquier contingencia y salir luego.

Pasé a traer a un compañero, que me acompañaría y realizaría allá sus propias diligencias, el susodicho vive por el estadio. Acababa de escampar, luego de una larga noche de lluvias monzónicas  que no han dado tregua durante el último temporal. Transité por una calle llena de agujeros, anegados de agua que los hace prácticamente invisibles, pero en el bache enorme frente al gimnasio de la CDAG bautizado por los vecinos como el “Jacuzzi del Alcalde”, me fui de lleno en el mismo y golpee con el parachoques la orilla del abismo. Pensé que este era un evento premonitorio negativo.

El tráfico se hizo intenso por piedras negras y una suave llovizna cubrió rápidamente el negro asfalto o lo que va quedando de él, porque los baches han ido creciendo en diámetro y profundidad a pasos agigantados.

Pero lo que a continuación se vive transitando por el lecho de río que es la sinuosa carretera entre el restaurante de la célebre Tía Nosh y Tierra Blanca es inenarrable.  La carretera está totalmente destruida: innumerables baches, hundimientos, derrumbes, corrientes de agua y lodo corriendo completamente sobre la carretera que van haciendo cunetas donde antes estaba la cinta asfáltica, partes de la carretera cortados hasta en un 60%, malezas creciendo descontroladamente en los hombros de la vía.

Se nos atravesó un famélico perro que husmeaba entre la basura lanzada desde un pickup que va perezosamente avanzando entre una densa nube negra que exhala exageradamente una camioneta que nos antecede, logro sortearlo pero caigo pesadamente en otro bache.

Cruzar la intersección en la aldea Cuatro Caminos resulta titánico. Los analfabetas viales que ahí confluyen, aunado a las trampas antitanque que hay en vez de carretera, la ausencia total de autoridad, bueno hay unos policías que son solo espectadores, y un semáforo que los que vienen de “Guate” no respetan, circulando en doble y hasta triple fila, hace que pasar en un pequeño carrito resulte una epopeya en estas nuestras tierras olvidadas por el Estado.

En “los Encuentros”, hay disponible un carril porque en el otro están estacionados todo tipo de vehículos de pasajeros, carga y maquinaria pesada (irán a trabajar a alguna carretera?) De entre estos vehículos sale una gregaria fila de pasajeros que se cruzan creyéndose inmortales.

En Chupol es día de mercado y como el paso en la costa Sur está cortado a la altura de Cuyotenango una serpenteante e infinita a mis ojos miopes fila de trailers, que se agolpan haciendo un cuello de botella a la altura de las “sopladoras” antes de llegar a Chimaltenango, donde el libramiento quedó abandonado hace un tiempo que se me antojan siglos.

Caigo al Trébol al filo del medio día, donde se apea mi amigo de infortunio. Paso a comer un par de shucos, subo el puente sobre la Bolívar, bajo a la Roosevelt de nuevo y me regreso por la vía del suplicio por la que viene. Con el agravante que “los shucos” lo estaban mucho y voy ahora con mal de camioneta!

¡Prendo la tv y un comediante dice que ha reducido el costo del mantenimiento de carreteras! Cómo no, si las abandonó. Calamidad… calamidad es piropo…


Día de San Francisco de Asís, 2017.

Foto chapintv.com

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