CONTRA CORRIENTE



CONTRA CORRIENTE
Por  Gustavo Cano.                                                                           
A: P. Selvin Alva.

Nuestro tiempo es dramático y al mismo tiempo fascinador.” Apunta el Siervo de Dios Juan Pablo II, en su Encíclica Redemptoris Missio. Y lo es en virtud de que por una parte el hombre va tras la adquisición de bienes materiales, prestigio o placer efímero;  lo que lo empuja a subirse a la avalancha del consumismo y la moda, derrochando a manos llenas sus recursos,  inclusive muchas veces hasta lo que no se tiene. Y por otra parte, existe en el corazón del hombre contemporáneo un renovado interés por la búsqueda del sentido profundo de su misma existencia, tomando onda conciencia de su vida espiritual y la necesidad de prepararse para la vida futura, generando esta dicotomía un sinfín de contrasentidos, relativizando incluso valores arraigados en la cultura cristiana, como lo es el amor al prójimo, el respeto a la vida y los derechos humanos. 

Sin embargo, en medio de esta lucha moral, pareciera que la sociedad de manera generalizada ha ido reconociendo que el éxito o el fracaso de sus miembros, se mide exclusivamente en virtud de la obtención de los objetos que el poder adquisitivo pueda alcanzar.

Podemos identificar en esta idea la raíz de muchos males modernos que aquejan a sociedades como la nuestra, que no solo no ha alcanzado índices de desarrollo humano deseables, pero si los desastrosos efectos del dinero fácil, el acomodamiento y la holgazanería.

Ir contra corriente en los albores del siglo veintiuno, puede ser objeto cuando menos de dolosas ironías, escarnio público y rechazo; y cuando más hasta la muerte, si riñe contra oscuros intereses. La mayoría, de forma consciente o no, nos hemos sumado a este círculo vicioso de premiar el éxito económico, olvidando que “no solo de pan vive el hombre” Cfr. Mt. 4,4. 

Pese a todo, siguen habiendo hombres y mujeres que se arriesgan a ir en contra del que pareciera ser el sentido común. 

Un día de tantos, un maestro del Colegio De La Salle, le comunicó a sus queridos alumnos y alumnas que iba a dejar de dar clases, que había renunciado a su puesto de catedrático y a la oferta que le habían hecho de asumir la dirección del establecimiento. A pesar de que el ciclo lectivo había finalizado, según atestiguan sus ex alumnos ahí presentes, lloraron al conocer la noticia de su partida. El tipo era un buen maestro, preocupado por sus pupilos, no solo porque aprendieran de historia, geografía, matemática, idioma o educación de la fe, sino porque su bienestar extra aula estuviera resguardado. Preguntaba la lección al aplicado y al rebelde, pero también preguntaba si los ojos rojos eran por el estudio o por las lágrimas de la noche anterior. Igual tristeza provocó en sus compañeros de trabajo con los que se identificó no solo por no hacerles ardua la tarea sino por colaborar activamente para hacérselas más liviana. Despidió a la novia, vendió el carro, regaló el pisto, se despidió de la familia y se fue al Seminario Mayor de la Asunción. La beata Teresa de Calcuta describe este acontecimiento, porque es más común de lo que pensamos, de la siguiente manera: La Palabra de Dios llegó a su vida, se convirtió en carne dentro de él y se sintió llamado a estar en condiciones de comunicar este amor.

Este 18 de septiembre, después de varios años de aquella descabellada locura, en el atrio de la Iglesia de la Parroquia de Nuestra Señora de Candelaria de la Villa de Chiantla, este hombre reafirmará ante Dios, delante del Obispo, los presbíteros y el pueblo santo de Dios de esta Diócesis, su renuncia a una vida común, en donde dejará de lado sus intereses personales para darse por completo a los intereses de los demás. Parqueará a la vera del camino de esta peregrinación que llamamos  vida la posibilidad de hacer una colección de logros materiales para convertirla en un puente mediante el cual los hombres descubramos el mensaje siempre nuevo de Jesucristo, para que salvemos nuestra alma. Las palabras convencen, pero el ejemplo arrastra.

“Ellos atracaron las barcas a la orilla y abandonándolo todo lo siguieron” Cfr. Lucas 5, 11

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