Un Sábado de Septiembre



“disponga la acuñación de una medalla que perpetúe en los siglos la memoria del día 15 de septiembre de 1821, en que Guatemala proclamó su feliz independencia”           Acta de Independencia

Un Sábado de Septiembre
Por Gustavo Cano

Antes de despuntar el alba, uno de los sellos del apocalipsis tendría que haberse roto, no sabía si era un temblor, la erupción de un volcán o el ángel del Señor el que quería derribar la puerta de la casa solariega de tres patios propiedad de Don Mariano de Aycinena, herencia de sus ilustres antepasados y confiada a mi persona para su resguardo de malas almas vivas o muertas y que queda a inmediaciones del Templo de los Mercedarios, en el callejón Del Fino; el oficio de marimbista y afinador de instrumentos me ha dejado algo sordo, unido al pesado sueño producto de una noche de juego de naipes en la casa del Señor Canónigo Doctor José María Castilla, al que asistí acompañando a mi señor, juego que se extendió a deshoras en virtud de los excitantes pliegos de Chiapas en los que se da a conocer la independencia de esas tierras del yugo real de Fernando VII. Me levanté con el corazón agitado, encendí la candela de cera que tenía a mano, me encomendé al buen Padre santiguándome y me encaminé en la penumbra hasta el origen de semejantes tumbos, lo cual me llevó directo a la puerta principal: ¡Vive Dios! –grité– ¿Quién vive?. ¡Apúrese hombre! Que le traigo un encargo urgente. Luego de quitar las tres trancas y un candado real, divise a una mujer enérgica, como sus golpes, en el umbral de la puerta, era doña Dolores Bedoya de Molina.

La doña quería que trajera a los muchachos para dar un concierto en la Plaza Mayor, porque se iba a realizar una reunión muy importante en el Real Palacio, a partir de las ocho de la mañana, se iban a discutir los tales pliegos de Chiapas “y de seguro que poniendo marimba y quemando unos cohetes la gente se junta y se puede armar algo de alboroto” me indicó susurrando casi. Le explique a la señora que no era tan fácil traer a los músicos, pues unos eran de Jocotenango y que con tan poco tiempo no sabría si sería posible. Por supuesto, no estaba acostumbrada a escuchar negativas; así que como si la sorda fuera ella, me dejó unos pesos y me advirtió: ¡Que estén antes de las ocho! Y que vengan preparados para una larga tocada.

Esas babosadas políticas, pensé para mis adentros, revientan por donde la pita es más delgada; y si al muy Ilustrísimo Señor Don Antonio Gonzalez Mollinedo y Saravía Presidente de esta capitanía general, lo fusilaron los independentistas en Méjico y a los conjurados del Prior de Belén los condenó a muerte por garrotazos el odiado Capitán General Bustamante; que no harán con este pobre mestizo siervo y marimbista. Pero mi realidad me hace estar domiciliado, más que en el callejón Del Fino, en la calle del Jabonero donde el que no cae, resbala; dado que si no le cumplo a esta doña, fácil; la decidida señora, igual me despelleja.

Medio me enfundé en las ropas adecuadas a la ocasión y me apresuré a ir a por los músicos, uno estaba enfermo (creo que más bien estaba de goma) y otro se había ido a Comayagua a visitar a unos parientes; así que hubo necesidad de improvisar, hasta un k´ich´e se fue de colada, pero la necesidad tiene cara de chucho. Estos recién reclutados, más los de planta, no tenían ni una peregrina idea de que se trataba aquel asunto, traté de explicarles brevemente, pero al final les dije: señores, si no saben, mejor, ustedes dispónganse a tocar y lo demás encomendémoslo a Dios.

Llegamos con el mueble pasado de las nueve treinta, la doña estaba que echaba rayos y centellas, solo nos indicó que nos apresuráramos y comenzáramos a ejecutar las piezas. Otro señor nos colocó en un lugar privilegiado en el corredor del Real Palacio, quemó unos cohetes y en efecto la gente se empezó a juntar y a preguntar la razón de la algarabía, a lo que la Señora de Molina y sus colaboradores les instruían diligentemente.

Firma Acta Independencia CA.  Luis Vergara Ahumada

Entre pieza y pieza, vi al interior del salón, y ahí se encontraban reunidos los principales de la capital, distinguí por supuesto a los de la Familia, los hermanos Aycinena, Don Pedro Molina, los hermanos Barrundia, al Abogado Jose Cecilio del Valle, a Don Gabino Gainza, el Obispo Casaus y los principales del Clero incluyendo al rector de los Mercedarios; unas cincuenta gentes principales. El obispo se pronunció vehementemente en contra de la independencia, lo que le valió que la gente en la plaza le gritara incluso insultos. Don Marianito, en cambio, dijo que ya no había forma de cambiar de parecer y que la independencia era urgente para evitar el levantamiento del pueblo y el consecuente derramamiento de sangre; lo cual fue secundado por don Pedro Molina. El insigne José Cecilio del Valle, a quien todos pensaban anti independentista, se sacó del saco unos papeles donde ya llevaba una declaración de independencia y dejó a todos con la boca abierta. El pueblo reunido en la calle le dio vítores. El encargado de la milicia, dijo que si la voluntad era la de separarse de España, él no movilizaría a la tropa, porque sería atacar al pueblo y eso iba en contra de sus principios. Al filo de las once de la mañana se votó la propuesta y por mayoría se aprobó nombrando de un plumazo a don Gabino Gainza como encargado del nuevo gobierno, asesorado por una junta de notables.
En la calle la gente se empezó a alborotar aún más, se metieron en el salón nada más concluida la reunión, le rasgaron las vestiduras al obispo y obligaron a Gainza a jurar la independencia, arrancaron los cuadros del Rey gobernante y su padre abdicado y los arrastraron con todo y marco por la calle. Ante el desborde de la masa guardamos la marimba en el portal del Comercio, propiedad también de Don Marianito y su ilustre familia y me quedé expectante para ver donde concluía aquel convite. La milicia hizo ya presencia, pero una torrencial lluvia a media tarde puso fin así a este día en que por la gracia de Dios pude ir a reposar los huesos luego de tan ajetreada tarde. 

Por cierto los pocos pesos dados por la doña; en el alboroto o los dejé tirados o me los sacaron, total de mi bolsa tuve que darle algo a los muchachos. 

Escribo esto para que quede constancia que mis servicios en esta casa de los Aycinena, vecinos de la muy leal y muy noble ciudad de Santiago de los Caballeros de Guatemala, siempre fue más allá de solo atender la puerta.

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