CAMIONCITO ROJO

“Estando ellos allí, le llegó la hora del parto y dio a luz a su hijo primogénito.” Lc. 2, 6-7

CAMIONCITO ROJO

Por Gustavo Cano

Foto Paco Sosa
Una navidad de esas de antaño, cuando Huehuetenango era más bien un pueblo pequeño de siete calles y diez avenidas delimitadas por el Marquesote, el puente La Unión, El Calvario, La Viña y El Tanque. Cuando la atracción era la Araucaria y sus luces de colores y las familias dábamos vueltas al parque mientras nos saludábamos con el cariño que da la cotidianidad; mis papás me sorprendieron con la noticia que ese año íbamos a ir a la Misa de Gallo. Honestamente la idea me entusiasmó, porque pensé ir a encontrarme con el Gallo Claudio (“oye hijo yo no soy una gallina”), o al menos un su emplumado primo. Los días previos habían estado marcados por la experiencia de las posadas que ayudamos a organizar con el grupo de niños del Sagrado Corazón de Jesús; nuestra comisión consistió en limpiar las imágenes de los Peregrinos con tomate y amarrarlos bien al anda.

Mi abuelita materna, “la jardinera” como le gustaba contar que le decían por haber nacido entre flores (literalmente); se excusó de ir bajo el argumento de que tenía que cuidar el fuego de los tamales y que de seguro vendría su hermana a visitarla y quería poder recibirla. Dada su devoción a las artes culinarias y su pasión por la familia, no me pareció raro.

Regresamos con mi familia a casa; luego de las respectivas vueltas al parque y más de algún quemón con canchinflines; al filo de la media noche (es cierto, mi apellido es peligro),  entre la algarabía de la cohetería y los nervios producto de las dos docenas de cohetes de vara que mi papá y hermanos quemaban, aparecieron en la sala de la casa paterna dos camioncitos de madera, de esos de carrocería de estacas. Uno era para mi hermano menor predominantemente azul y el mío, encantador, era más bien rojo. Mi abuela, la jardinera, nos los había regalado.

Era un juguete más bien rústico; pesado, casi sin lijar, sin brillo y de difícil rodar, que me duró toda la niñez y hoy a la vuelta de una treintena de años, su recuerdo aún me hace saltar el corazón. Y como entonces, agradecer al niño Jesús por el regalo, materializado en el Camioncito y que ahora descubro significaba la alegría de la fe, que como dice el papa Benedicto XVI  purifica el corazón… y que se debe a que Dios sale al encuentro del hombre (Jesús de Nazaret, II, p 75); descubierta en lo sencillo: la sonrisa del niño fruto del amor.

Hoy la Navidad se desarrolla en medio de la avidez de un mercado que descontrola el deseo de los niños y la publicidad nos transporta a mundos mágicos e ilusorios, donde la felicidad consiste en comprar esa panaceas (Cf. Aparecida 50); que ya el videojuego más sangriento o la muñeca anoréxica más rubia.

En esta Navidad hago votos porque nuestros presentes lleven el signo de Cristo; porque todos tenemos la misión de encontrar instrumentos idóneos para hacer que los demás se acerquen a Dios con sinceridad, (Informe Parroquial de la Evaluación del Plan Diocesano 2003-2010); con aquel que siendo Dios, quiso compartir nuestra suerte de hombres y mujeres de este siglo.

¡Feliz Navidad!

Comentarios

  1. Cierto es esos camiones fueron los juguetes preferidos de nuestra infancia.

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