GAUDETE
“El Profeta en nombre
de Dios no pide gestos excepcionales sino el cumplimiento honrado de su propio
deber” Benedicto XVI
GAUDETE
Por Gustavo Cano
Encargué a las señoras de social un refrigerio al tono con
la época: un poche no muy dulce y un sándwich de pollo con zanahoria; a los
jóvenes del ministerio de danza que prepararán una coreografía alusiva al
nacimiento; al programa de Liturgia villancicos clásicos; a los Evangelizadores
la meditación sobre la invitación para acercarnos al buen Señor en todo
momento; y a los catequistas la coordinación general; y enfilamos nuestros
pasos con la Primer Posadita de la Comunidad al asilo de ancianos. Era la
víspera del ¡Domingo del Regocijo!
Traté de ver los ojos de estos adultos mayores pero sus
miradas me eran esquivas, logré breves contactos y en ellos descubrí
melancolía. Hicimos el recorrido por los pasillos de la institución, el cortejo
lo guío un anciano entusiasta que aporreaba diligente y a buen ritmo el
caparazón de una tortuga. Nos seguían a paso apresurado los internos, unos por
sus propias fuerzas, los otros ayudados por fuerzas ajenas. Cantamos alegres
villancicos. Pero ganaba la melancolía.
Hicimos una oración, a la que se aferraron con entusiasmo, como
quien se agarra del asidero de la puerta del último bus en la que literalmente
se viaja colgado. El Padre Nuestro se hizo prácticamente en trance, como quien
se abandona a una experiencia de cercanía con una realidad lejana. Para
entonces la sensación de melancolía me llegó al tuétano.
Entonces se presentó la danza juvenil. La sonrisa llegó a algunos
rostros pero no a las pupilas.
Una dulce ancianita; de pelo blanco, muñeca en las manos de
finos dedos y mirada perdida; me recordó a mi abuelita; que era más bien
gordita, de pelo gris, sonrisa, que pronto se tornaba en carcajada, fácil; más
que por las similitudes, por las diferencias. A mi finada abuelita, nunca le
faltó la atención esmerada de su hija y siempre estuvo rodeada del cariño de su
familia. Su mirada siempre reflejó la alegría de la vida.
En este III Domingo de Adviento, estamos llamados a la alegría
en el Señor, al regocijo de hacer sentir a los nuestros pero también a los
olvidados de esta sociedad, que son importantes para nosotros y que les amamos.
Estamos llamados a cumplir con honradez, nuestra tarea de padres, pero también
de hijos.
Ojala que este regocijo de ser cristianos, llegue al que
está a la orilla del camino “y se llene de júbilo por ti, como en día de fiesta”
(Cf. Sof. 3, 17, 18)
Comentarios
Publicar un comentario