Mentada de Madre


“Mamita, tú eres/ mi cielo de amor,/ ninguno me quiere/ como me quieres tú.”  Canción Infantil de Jesús Ma. Alvarado.



Hace unos días trasladábamos de Casa Diocesana al Templo del Calvario el anda que serviría para la procesión de la Reliquia de la Santa Cruz, rezadito que tradicionalmente recorre las calles del centro histórico de la ciudad de Huehuetenango, en la víspera de la solemnidad de la Exaltación  de la Cruz, por estos lares celebrado el 3 de mayo. Para evitar muchas complicaciones con el tráfico vehicular, decidimos con los jóvenes de la comunidad, realizarlo por la noche, al filo de las veintidós horas. Sin embargo, nuestra pequeña y desordenada ciudad, se recoge tarde y aún había bastantes automotores circulando. Sin embargo, teníamos un cometido y lo llevamos a cabo. Debíamos transitar despacio, dado el tamaño del anda, lo que provocó que los vehículos disminuyeran sensiblemente la velocidad. Algún desesperado que venía inmediatamente atrás de nosotros, presa de algún desorden estomacal o delirio psicológico, empezó a hacer sonar a tope el claxon, probablemente  poseído por algún espíritu chocarrero tenía el objetivo de que al bocinar como loco nos haría levitar o simplemente nos colocaría en ruta a una puerta de alguna dimensión desconocida. Donde la calle ensanchó, adelantó y cruzó violentamente el carro, no sin antes traer a mi memoria en repetidas ocasiones a mi progenitora.

En 1987 apareció en la revista NATURE un artículo sobre el ADN Mitocondrial, y de entonces para acá, mucha tinta ha corrido sobre la “Eva Negra” que sería el antepasado común a toda la humanidad, confirmando de alguna manera a la Eva descrita en el libro del Génesis.  El estudio en cuestión halló ADN heredado exclusivamente a través de las madres (llamado mitocondrial) en todos los grupos de estudio, que incluyó muestras de los cinco continentes, el cual ha sido refrendado por estudios ulteriores y que coloca a esta antepasada común en el África Occidental hace una friolera de doscientos mil años.

Cuando se habla de una “madre común”, tengo que referirme a la mía propia, feliz mamá de ocho hijos, seis vivos y dos enterrados, con una mística de servicio y protección a su prole, que se extiende a sus nietos y seguro a los por venir, bisnietos. En donde ningún sacrificio es grande, si va en pro del bienestar y felicidad de los que se gestaron dentro de sus entrañas. Severa con nuestros errores pero suave con el errado; celosa de nuestros afectos pero siempre dispuesta a recibir con los brazos abiertos al pródigo que dilapidó sus dones en regiones lejanas.  Dispuesta siempre al consejo, aún del consejo no pedido. Sabia, no sé si por su canas o por el bregar en esas aguas turbulentas de ser madre en estos tiempos del cólera y de amores perros. Señora que se sospecha frágil como ánfora de barro, pero que la vida y sus vicisitudes me la han descubierto infinitamente más resistente que el acero más templado.  Fácil para las lágrimas por los que se nos han adelantado; o bien por este hijo descarriado, pero como dijo el Santo a la Santa “no puede perderse un hijo de tantas lágrimas”; pero también, siempre entusiasta para celebrar con risas las pequeñas glorias de sus vástagos.

Genéticamente me debo en buena parte a mi madre, pero también le debo un corazón moldeado por sus esmeros, consejos y ejemplos. ¿Cómo no agradecer a este hermano que me mentó la madre, cuando es  ella, parte integrante de mí ser? Claro está, que yo también le recordé la propia… pero en virtud de la genética y de la fe, de repente nos mentamos a un antepasado común. No tengo claro si mi madre sea la excepción o la regla, lo que si tengo claro es que con la que me ha tocado, he sido bendecido.


Comentarios

  1. Muy bueno Gustavo, me parece que le das el justo crédito a tu mamá, lo que todo hijo debería hacer. Te felicito por ese amor que te hace sentir tan orgulloso.

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