Mentada de Madre
“Mamita, tú eres/ mi cielo de amor,/ ninguno me quiere/ como me quieres
tú.” Canción Infantil de Jesús Ma. Alvarado.
Por Gustavo Cano
Hace unos días trasladábamos de Casa Diocesana al Templo del
Calvario el anda que serviría para la procesión de la Reliquia de la Santa
Cruz, rezadito que tradicionalmente recorre las calles del centro histórico de
la ciudad de Huehuetenango, en la víspera de la solemnidad de la
Exaltación de la Cruz, por estos lares
celebrado el 3 de mayo. Para evitar muchas complicaciones con el tráfico
vehicular, decidimos con los jóvenes de la comunidad, realizarlo por la noche, al
filo de las veintidós horas. Sin embargo, nuestra pequeña y desordenada ciudad,
se recoge tarde y aún había bastantes automotores circulando. Sin embargo,
teníamos un cometido y lo llevamos a cabo. Debíamos transitar despacio, dado el
tamaño del anda, lo que provocó que los vehículos disminuyeran sensiblemente la
velocidad. Algún desesperado que venía inmediatamente atrás de nosotros, presa
de algún desorden estomacal o delirio psicológico, empezó a hacer sonar a tope
el claxon, probablemente poseído por algún
espíritu chocarrero tenía el objetivo de que al bocinar como loco nos haría
levitar o simplemente nos colocaría en ruta a una puerta de alguna dimensión
desconocida. Donde la calle ensanchó, adelantó y cruzó violentamente el carro,
no sin antes traer a mi memoria en repetidas ocasiones a mi progenitora.
En 1987 apareció en la revista NATURE un artículo sobre el
ADN Mitocondrial, y de entonces para acá, mucha tinta ha corrido sobre la “Eva
Negra” que sería el antepasado común a toda la humanidad, confirmando de alguna
manera a la Eva descrita en el libro del Génesis. El estudio en cuestión halló ADN heredado
exclusivamente a través de las madres (llamado mitocondrial) en todos los
grupos de estudio, que incluyó muestras de los cinco continentes, el cual ha
sido refrendado por estudios ulteriores y que coloca a esta antepasada común en
el África Occidental hace una friolera de doscientos mil años.
Cuando se habla de una “madre común”, tengo que referirme a
la mía propia, feliz mamá de ocho hijos, seis vivos y dos enterrados, con una
mística de servicio y protección a su prole, que se extiende a sus nietos y
seguro a los por venir, bisnietos. En donde ningún sacrificio es grande, si va
en pro del bienestar y felicidad de los que se gestaron dentro de sus entrañas.
Severa con nuestros errores pero suave con el errado; celosa de nuestros
afectos pero siempre dispuesta a recibir con los brazos abiertos al pródigo que
dilapidó sus dones en regiones lejanas. Dispuesta siempre al consejo, aún del consejo
no pedido. Sabia, no sé si por su canas o por el bregar en esas aguas
turbulentas de ser madre en estos tiempos del cólera y de amores perros. Señora
que se sospecha frágil como ánfora de barro, pero que la vida y sus vicisitudes
me la han descubierto infinitamente más resistente que el acero más templado. Fácil para las lágrimas por los que se nos han
adelantado; o bien por este hijo descarriado, pero como dijo el Santo a la
Santa “no puede perderse un hijo de tantas lágrimas”; pero también, siempre
entusiasta para celebrar con risas las pequeñas glorias de sus vástagos.
Genéticamente me debo en buena parte a mi madre, pero
también le debo un corazón moldeado por sus esmeros, consejos y ejemplos. ¿Cómo
no agradecer a este hermano que me mentó la madre, cuando es ella, parte integrante de mí ser? Claro está,
que yo también le recordé la propia… pero en virtud de la genética y de la fe,
de repente nos mentamos a un antepasado común. No tengo claro si mi madre sea
la excepción o la regla, lo que si tengo claro es que con la que me ha tocado,
he sido bendecido.
Muy bueno Gustavo, me parece que le das el justo crédito a tu mamá, lo que todo hijo debería hacer. Te felicito por ese amor que te hace sentir tan orgulloso.
ResponderEliminarGracias Luisfe! Saludos...
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