¿Son los amigos para siempre?

“No hay amor más grande que dar la vida por sus amigos...” Juan 15, 13

¿SON LOS AMIGOS PARA SIEMPRE?

Por Gustavo Cano

Conocí al Calín; mmm… no se cuando le conocí, de toda la vida. Su abuelita; doña Fulvia la hacedora de colochos; era amiga de mi abuelita, Doña Elvia la hacedora de vestidos; mi papá don Nolo, el de la imprenta, era amigo de don Carlos, el de las camionetas; creo que no había para donde, el Calín estaba destinado desde hacía como cien años a ser amigo del Tavo.

Fuimos juntos al Kindergarden, a las clases de catequesis, a la congregación infantil, algunos años de la Primaria y el Básico y coincidimos más de alguna vez en los pasillos de la facultad de Ingeniería. Pero nuestra amistad se desarrolló principalmente en la calle, en el parque del Calvario, en recónditos senderos por el bosque de Canxac o el cerro Tajahuaquix, que recorríamos raudos, principalmente en bicicletas. Y también en su casa; bueno la casa de doña Fulvia donde vivía; siguiendo un camino de hormigas, asustando un gato vago, jugando a las bolitas, bailando trompo o echándole a la lucha grecorromana, o algo que se le parecía, prácticas que no dejamos hasta que se fue a estudiar a la capital.

Yo era un niño guapo, claro está, pero muy introvertido y miedoso; mientras que mi amigo era muy extrovertido y más bien temerario, muchas veces pensé: este fulano no le tiene miedo a nada, aunque en honor a la verdad, siempre temblaba cuando debía reportarle a su padre; un buen hombre pero muy estricto; alguna calaverada que habíamos hecho. Recuerdo particularmente divertido la vez que en la clase de música, cuando ensayábamos el Himno Nacional, se nos ocurrió que era mejor entrenar un poco de esgrima con las reglas, el Maestro al percatarse, me dio un ajustado coscorrón  que me dejó atolondrado, más; en tanto mi brincón amigo se le cuadro al viejón de 1.80 (así lo veía yo) pero más tardo en inflar el pecho que en aterrizar el culo al suelo de una buena patada. Como el saxofonista conocía al padre de familia de mi amigo, optamos por irle a contar. Pasamos a donde don Carlos, a la salida de clases, a la oficina. El hombre estaba muy ocupado despachando el bus, así que no le puso mucho coco. Nos fuimos a su casa a por un jugo de naranja, para solventar el susto.

Ya adolescentes, una niña del vecindario, de ojos muy negros, pelo castaño y muy quebrado que usaba siempre peinado con dos alegres trencitas, puso sus lindísimos ojos en mí. Nos veníamos juntos del Colegio a paso de tortuga, le pasaba dejando y me largaba a paso de lince a mi casa, para llamarla por teléfono. Medio almorzaba y nos juntábamos en la casa de otra amiga vecina y allí pasábamos la tarde “estudiando”. Todo iba bien, pero a la hora de pasar de amigos a novios, se me atrancaron las carretas y no me animé a dar el salto.

¡Qué bestia es! Así le pasa a la humanidad ¡Que bestialidad!

Como mi amigo me conocía tan bien, aprovechó mi tartamudez emocional y ni lerdo ni perezoso, se comió el mandado. Pronto hice el recorrido del colegio a casa... solo...  conseguí mejores notas, es cierto. De más está decir que fue un Valentín amargo!

Se fue mi mejor amigo a seguir sus estudios a la capirucha y suspiré aliviado. En lo sucesivo nuestros encuentros se hicieron agrios, llenos de sarcasmos, descalificaciones y hasta insultos. Bien dice Dante Liano, que la amistad no se prueba en la enfermedad o en la cárcel, sino en el éxito. Seguro nunca acepté de buena manera, el éxito que tuvo mi amigo, mucho menos alegrarme por el mismo.

En sus días de universitario, enfermó de amigdalitis, que trató mal o con descuido y el estafilococo logró albergarse en sus riñones, que luego de un trasplante y muchas hemodiálisis lo llevó al descanso eterno. Pero mi mejor amigo, hacía ya varias lunas (muchas) que había sido liquidado.

El Dr. Gerald Mollenhorst, de la Universidad de Utrecht, Holanda, concluyó luego de un extenso estudio, que si bien es cierto nuestras redes de intercambio social no se van haciendo más chicas con el paso del tiempo, si es cierto que se van renovando de forma constante, tanto que cada siete años la habremos renovado hasta en un setenta por ciento. Redes que se formarán un poco dependiendo de nuestras selección y mucho definido o casi impuesto por nuestro entorno.

Con esta conclusión lapidaria, podríamos responder que los amigos no son para siempre. Sin embargo, a la luz de la filigrana histórica de mi vida y de mi primer mejor amigo, evidentemente yo era el niño bueno y aquel el niño malo, pero al fin del cabo yo agarré mucho de malo, por ejemplo estoy seguro que si no hubiera sido por su amistad nunca me hubiera atrevido a realizar el bicicrós en una pista terrible; y él algo de bueno o no se le hubieran pegado las palabras “raras” que empleábamos o me hubiera ganado a la niña de trencitas alegres.  Es cierto el Calín ya no es mi mejor amigo, ni siquiera está ya entre nosotros, pero inevitablemente vive en mí y será mi amigo por siempre.

Concuerdo plenamente con nuestro premio nacional de literatura Dante Liano, en el sentido que el dicho del Jesús que nos ilumina: “no hay amor más grande que dar la vida por los amigos…” no tiene nada que ver con la muerte, sino con la vida. Que la amistad: dar la vida, compartirla, disfrutarla a tope es.

“Y tú (BFF) sin sombra ya, duerme y reposa, larga paz a tus huesos”. A. Machado.


San Valentín, Febrero de 2014.


Comentarios

  1. muy buena Rlefexiòn me hiciste recordad a muchos amigos que me acompañaron un tiempo de mi vida y que ya no siguieron, pero hay varios que siguen a la par de mi vida y6 yo a la par de ellos. saludos.

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    1. Gracias por tus finos conceptos Isabel. Y que bueno que las letras trajeron a tu memoria recuerdos y vivencias que siguen latiendo en el hoy y en el ahora. Un abrazo.

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