Y para Navidad: una pistola

¿Cómo puede ser eso…? Cf. Lc 1, 34.

Y para Navidad: una pistola

Por Gustavo Cano

-Es usted un hombre violento señor. -No doñita, para nada. Yo soy un hombre de paz. -¿De paz? Si anda usted armado hasta los dientes. -Lo que pasa es que si alguien me molesta le deseo con este juguete: paz, paz, paz.

Una pequeña familia de cortadores de café se disponían a llegar a casa luego de una agotadora y fructífera quincena, en la que cada uno de los miembros: papá, mamá e hija habían llenado más canastas de las que esperaban. El incentivo de la Navidad ya próxima, hizo buena la faena, pues cada uno tenía en su corazón la ilusión de adquirir con el fruto de su esfuerzo una posesión que les hiciera estar un poco más cerca de la dicha de ver sonreír al ser amado.

Papá quería sobre todo poner en la mesa los tamales de la noche buena, un juguete para el nene, una falda lo suficientemente larga para la quinceañera y una cadenita de esas de fantasía para la señora. La mamá quería comprar una estufita de gas y hacer los tamales más sabrosos del mundo, con la receta de la abuela. La quinceañera quería comprarse un vestido bastante corto y bastante ajustado al cuerpo para ir al baile de Navidad con un vecinito que le hacía guiños en el corazón. El nene soñaba con que santaclos le traía una pistola de la que oyó en los cuentos de la radio, para ahuyentar a los malos, que abundan según también los cuentos en la radio.

Se aperaron ya con la luna alta en la noche, con el peso del sol, sus ilusiones y esperanzas sobre las espaldas en la curva del camino más próximo a su patrimonio más valioso: la casita en el solar más umbrío por la sombra de los árboles frutales, del cantón Independencia, que lo hacía siempre fresco aún en las tardes cuando en las inmediaciones gobiernan los 30° centígrados y la humedad asfixiante en el mes más fresco del año.

El solar además de maíz, frijol y pimientos, albergaba la proximidad a la carretera, a la frontera y un idílico paisaje que le hacía el objeto del deseo de más de un forajido de esos que abundan donde los países terminan/comienzan para los usos más aviesos.

Seguramente velaban su desembarco, aprovechando la nocturnidad y la compañía de solo los gríos, dejaron que se internaran un poco en la negra selva que dejaba apenas se colaran unos mortecinos rayitos de luna.

Al amanecer unos vecinos encontraron tres cuerpos con sendos orificios de bala: el papá, la mamá y la quinceañera.

En la casa de la abuela el nene sueña con su pistola, esa de los cuentos de la radio.
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Que el mensajero de la paz… nos traiga la paz.

Feliz Navidad…




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