Mi general


“No es el tremendismo por el tremendismo. Es que fue tremendo lo que nos pasó…” M.A. Asturias.

Mi general

Por Gustavo Cano

Miguel Juan fue nombrado Alcalde Rezador ese año, lo que no era poca responsabilidad ya que implicaba asumir el liderazgo espiritual de la comunidad. Significaba además sacrificar un año a la familia a la que prácticamente miraría muy poco, así como a su pequeña parcela y ovejas; a las que amaba tanto… eran su mundo su vida. Pero la comunidad le reclamaba y estuvo presto a servir.

Se vivían tiempos convulsos en San Miguel Acatán; desde la llegada de los padres Maryknoll en 1946, los ritos de la “costumbre” se fueron sacando del templo católico; lo que generó importantes conflictos entre los costumbristas y ¡los casados! Un punto álgido en el conflicto lo marcó la conclusión de la remodelación de la Iglesia, que tuvo como colofón la colocación de una puerta, la que permitiría que la Iglesia por primera vez estaría cerrada, ya que antes estaba abierta de día y de noche.

Corría 1958; los tiempos de Miguel Juan como Mamín Principal, quién tomó la decisión de convocar a una reunión urgente en la que además de su corporación, se consultaría con los principales del pueblo y con don Juan Tomás, dueño de una buena parte de las tierras de Chimban. Del concilio se determinó que convenía trasladar la “costumbre” a este caserío, que para entonces no pasaba de cuatro casas. Dicen que una imagen de San Miguel apareció milagrosamente en una de las casas de Chimban y allí se quedó la costumbre.

Era ya pasado del medio día cuando iba caminando por San Miguel Acatán, el Alcalde Rezador, quien se encontró con el regidor Municipal (autoridad civil nombrada) Alberto Manuel López, quien lo metió a la cárcel. Hecho que desencadenó un zafarrancho que fue saldado con muchos heridos, varias casas quemadas, muerto de un machetazo Pedro Juan hijo del Mamín Principal y paralizado este (el Principal) de las piernas para abajo; quien en un mar de lágrimas generados por tan infelices acontecimientos, definitivamente se fue a vivir a Chimbán con su familia y lo que pudo rescatar de sus posesiones.

Pedro Juan dejó un niño chiquito que llamaron igual que al abuelo Miguel Juan. Miguel fue de niño y de joven, una persona tranquila, taciturna, callada, dado más a la reflexión, a la vida del campo y el cuidado de las ovejas, nunca se sintió atraído ni por la vida religiosa ni política. Pero tenía claro que si en determinado momento le llamaban a prestar servicio entre los mamines, tenía que prestarlo, porque además no era optativo. Pero siempre se mantuvo lo más alejado que pudo de cualquier grupo, la pérdida de su papá en medio de las llamas de su casa le marcaron de forma indeleble.

El 19 de julio de 1981, Miguel Juan se dirigía a Coyá, a vender unas ovejas en el concurrido mercado dominical de esta comunidad, pero por buscar una oveja que se había escapado del redil, se le hizo tarde. Divisó Coyá al filo de las siete de la mañana. Pero estaba envuelta en humo, llamas y bombas. Coyá estaba siendo arrasada. Con el corazón en la boca, se regresó mitad corriendo mitad volando a su casa e informó a los principales, que enviaron un grupo para que colaborara con la comunidad vecina de acuerdo al plan elaborado por las Fuerzas Irregulares Locales. Nada pudieron hacer más que prestar auxilio y dar refugio a varias decenas de heridos. Esa mañana Miguel Juan se salvó otra vez.

Para esos días el Ejército Guerrillero de los Pobres –EGP–, estaba muy activo en el Tíbet (nombre clave con el que identificaban la sierra de los Cuchumatanes) con bastantes adeptos entre los habitantes de estas comunidades que veían un esperanza a la pobreza, marginación y abandono en el que el estado los mantenía.

Un 2 de agosto de 1983, una columna militar irrumpió en Chimbán, llevaron por la fuerza a todos los hombres, mujeres y niños a la Iglesia Maya y allí los encerraron. Un hombre que se reusó a salir de su casa, lo amarraron a una silla y le dispararon. Mientras duró el encierro el Alcalde Rezador guío las súplicas en medio del terror y los soldados escogieron diez señoritas y las sometieron a violaciones colectivas en las afueras de la aldea. Al caer la noche los liberaron y citaron a una reunión para el otro día en la escuela a la que tenían que llevar sus documentos personales. Les dijeron que era para seleccionar a los que irían al cupo (servicio militar). De entre los reunidos seleccionaron conforme a una lista a quince hombres, de los cuales la mayoría eran activos en la guerrilla, pero otros como Miguel Juan, no tenían nada que ver con ella. Solo tuvo la mala suerte de ser confundido con el principal dirigente revolucionario de la aldea llamado Miguel Manuel Juan, quien desde hacía tiempo había huido a México.

Los quince fueron sometidos a torturas con electricidad, quemados y hasta mutilados; frente a la mirada atónita de sus coterráneos. Mientras tanto, enviaron a los padres de los jóvenes a cavar 15 tumbas. Al medio día llevaron a los infortunados al cementerio y ahí los remataron a machetazos y/o disparos. Miguel Juan; que llevó con orgullo el nombre del Patrono de la comunidad y de su abuelo el Mamín Principal en los inicios de Chimban; no tuvo suerte esta vez y dejó el mundo de los vivos un 3 de agosto de 1983.

José Efraín Ríos Montt era el comandante general del ejército ese día, el que paradójicamente dejó el mundo de los vivos un domingo de resurrección.




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