SER EL ÁNGEL DE ALGUIEN
“Mis hijas, ustedes
que cuidan a los pequeños niños, ¿qué lugar tienen ustedes ante ellos? Ustedes
son de cierta manera sus ángeles buenos.” San Vicente de Paúl.
SER EL ÁNGEL DE ALGUIEN
Por Gustavo Cano
Luego de una agotadora reunión con el Ministro de
Comunicaciones, en ese tiempo Eduardo Castillo, salimos de la Dirección General
de Caminos, zona 13 de la ciudad capital, al filo de las 7 de la noche, de
regreso a nuestras casas en Huehuetenango. Habíamos partido ese mismo viernes un
grupo de alegres camineros antes de las 3 de la madrugada, comisionados para el
efecto.
El tráfico por la Roosevelt era intenso y creo que ni
habíamos llegado a la altura del Seminario Mayor de la Asunción, cuando los ya
no tan alegres compañeros iban ya en brazos de Morfeo.
Unas dos horas después caímos en el suplicio purificador de Chimaltenango.
Esa noche había una procesión recorriendo alguna sección de la ruta
Interamericana, por lo que el congestionamiento vehicular se hizo apocalíptico.
En algún momento, comenzó a llover a mares.
No sé como, no sé de que manera, ese nudo gordiano caótico
de tres y cuatro filas de vehículos en cada sentido (habiendo solo dos carriles
en total) se fue destrabando y fuimos dejando poco a poco el marasmo en que nos
habíamos sumido; dejando atrás cuando el día pasó a ser inhábil, entre las
brumas noctámbulas las lucecitas de esta inicua ciudad de paso.
La lluvia no dio tregua esa madrugada en todo el camino,
pero se hizo particularmente intensa a la altura de Tierra Blanca (Kilómetro
222 de la ruta CA01W). Hacía como una hora que habíamos encontrado el último
vehículo, manejaba con prudencia, pero sin bajar demasiado la velocidad con el
objeto preclaro de que no me agarrara el sueño y que finalmente terminara la
jornada.
En la enésima vuelta del sinuoso camino, nos interceptamos
con un camioncito de estacas, de una media tonelada, si no es que menos, iba
también a regular velocidad, pero al nada más visualizarnos, emprendió el
compañero chofer un frenético cambio de luces que me alertó de un peligro
inminente, lo que me hizo bajar la velocidad sensiblemente. Donde la curva
permite ver el resto del alineamiento, divisé a escasos cinco o diez metros a
lo sumo, una roca del tamaño de una casa bloqueando mi carril, que habría caído
del talud adyacente en el transcurso de esa noche. Si no hubiera sido por ese
ángel, seguramente no estaría contando el cuento. Los compañeros tampoco, pero
bueno, tampoco pueden contarlo ahora porque iban alegremente dormidos.
La palabra compañero, tiene el mismo origen que la palabra
compañía. En este camino que llamamos vida, de manera cotidiana, constante,
necesitamos de la compañía de compañeros que nos guíen, que nos auxilien, que
nos salven: de las asechanzas del enemigo, del infortunio, de la mala ruta.
¡Que sean nuestros ángeles!
¿Y usted de quien es ángel?
La Barranca, fiesta de
los Santos Ángeles Custodios, 2018.
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