A MI ABUELO

A MI ABUELO

Por Sergio Cano

Quiero despedirte hoy abuelo, recordando lo que fuiste para mí, con tu ancianidad y soledad a cuestas, llevándolas con una dignidad que asombra.

Te recuerdo estando de fiesta, rodeado de muchos de tus seres queridos, una pequeña tribu te rendía pleitesía, alegres todos de tenerte aun en este remoto lugar de la patria centroamericana, en su confín mismo.

35,060 días se dilató tu vida, esto según los que cuentan el tiempo. Pero para tí, que sabes lo que es importante en la vida no te llamas a engaño, al preguntarte qué edad tenías, contestabas seguro: he tenido 1 mujer, 10 hijos, 8 nueras, 2 yernos, 38 nietos, 17 nietas políticas, 3 nietos políticos, 41 bisnietos, 1 tataranieta, 1 hogar y 15 perros (los más queridos y recordados: el mítico Rin Tin Tin, aquel galgo fiel que murió a tus pies y por supuesto La Canela). ¡Así das cuenta de tu vida!, ¡Así entiendes tu legado!.

Que no es poco, déjame decirlo, ya que tú, tronco añejo y noble, regalaste a tu tierra un líder político comprometido con los débiles del mundo, que fue inspector de trabajo y diputado, cuarto secretario del congreso de la república, dignatario de la nación, mi recordado padre; 4 apóstoles, es decir maestros, formadores de nuevas generaciones, compartieron su sabiduría, que es la tuya, en los rincones más apartados del suelo patrio, poniendo más tarde al servicio de las  aulas universitarias, su experiencia y saberes; 2 líderes sindicales aguerridos, combativos, consecuentes, hombres rectos de ideales incuestionables, siempre en la batalla por conseguir  las demandas de su gente; un guía espiritual empeñado en llevar La Palabra a los más necesitados de ella; una trabajadora social, incansable, batalladora, guía en épocas tormentosas y un pionero, que vio en el Norte la respuesta a sus fatigas (tú puntualizabas: todos honestos, todos decentes, todos honrados; que en estos tiempos que corren ya es mucho decir).

¡Todo esto a fuerza de serruchos, garlopas y martillos!, ¡tus manos creadoras de maestro artesano al servicio de tu pueblo!.  Pocos lo saben, cierto, pero por tus esfuerzos e inteligencia, tus paisanos pueden viajar hoy en día hacia la frontera con México, gracias a que con tus habilidades innatas pudiste leer los planos de los puentes que nadie entendía, ni siquiera tu hermano Javier, durante la construcción de la carretera panamericana ¡tú! ¡Que apenas tuviste estudios! creaste las armazones, diseñaste las formaletas, sentaste las bases, ¡todo a través de un compás y una plomada! ¡fuiste creador!.  Tú, al igual que muchos artesanos anónimos de tu época, levantaron los puentes Pueblo Viejo, Selegua I y II, El Tapón y tantos otros, en lucha diaria contra los elementos, los fantasmas, el hambre y el miedo, ¡inigualable proeza!, ¡obra megalítica!, ¡orgullo muy nuestro!. (Si algún día van rumbo a la frontera mexicana, o sea a La Mesilla, deténganse en algún puente y comuniquen a los suyos, que también son los nuestros, que esa obra la creó el abuelo del mismo material del que están hechos los sueños, es decir de la nada, literalmente).

¿Cuántos de nosotros no dormimos en una cama hecha por ti?, ¿Cuántos, guardamos nuestra ropa en muebles creados por tus hábiles manos?, ¿cuántos, comimos en mesas forjadas por tu talento e ingenio?, ¿cuántos, nos guarecimos tras puertas que conducían al cielo, elaboradas de conacaste, palo blanco o matilisguate?.   Maderas finas y muy duras que solo tú trabajabas con agrado, sabías los secretos de los árboles, adivinabas en ellos las formas que deseabas e intuías,  mientras los demás les huían, tú las buscabas con ansias, dedicación y esmero. Así como trabajabas la madera, así trabajaste a tus pupilos en  largas tardes futboleras; los guiaste, les diste forma, buscabas a los mejores no importando que fueran los más rudos, creías que la genialidad a veces se escondía en los estuches más fieros que a ti no te engañaban, los vislumbrabas.  Las canchas de Buenos Aires, San Lorenzo, Camojà,  Aguacatán, La Federal, La Mesilla y La Salle, recordarán por generaciones tus logros, ya que para entrenador también tuviste madera y de la fina déjame agregar.

Entendiste siempre el trabajo como un medio, nunca como un fin. Dueño de tu tiempo, jamás lo mediste en días, horas, minutos o segundos (¡fastidiosa tarea!), lo medías con métodos más bien extraños:  el canto de un jilguero (mientras escucho el canto del ave, repaso dos reglas), el paso de las nubes (cada vez que pasan dos nubes con forma de mujer, termino una silla), la caída de las hojas (si se da cuenta mijo, cuando caen las primeras hojas es el mejor momento de terminar un ropero), el aroma de una tarde de aguacero en febrero (cuando huele así, se antoja barnizar)….Y  siempre presta, tu guitarra.  Alegraste muchas almas con tus cantos, enderezaste muchas vidas con tus consejos, guiaste muchos seres con tu ejemplo.  

Narrador portentoso, poblaste nuestra niñez de seres mágicos. Tus relatos forman parte íntima de nuestro inconsciente:  Quien de  nosotros no soñó siempre con tener  a Rin Tin Tin, aquel perro fiel de madre pastor alemán y padre desconocido (siempre sospechaste del perro del vecino), que en un descuido de tu viaje a Soloma perdiste y varios años más tarde reconociste allá por el puente de La Viña, cuando loco de contento saltó, lloró y murió a tus pies, Argos moderno y vernáculo; o aquella otra alucinante historia del sibarita consumado, a quien la vida, el hambre y no cabe duda que la buena suerte, lo condujeron hasta Soloma. Dueño de una verba solemne y rica, capaz de comerse un pollo con todo y plumas, entre otras linduras, le prodigaste cariño, techo y alimento,  decía ser tu hermano: el casi mítico tío Julián; o tu encuentro bastante afortunado, en una noche sin luna de serenata y bohemia, con bastante Comiteco entre pecho y espalda, perdido en los cerros de San Miguel, con nada más y nada menos que el señor de la noche: el Cadejo.

También nos relatabas la vez que casi pierdes la razón con tu desaforada lectura de  La Biblia de pasta a pasta.  O cuando en un ataque de ira te amarraron entre 20 hombres  en San Rafael, bajándote hasta la carretera, decías muerto de risa, en un patacho de mulas para entregarte con tu hermano Javier.  Las veces que le pegaste con tu cincho al nisperal, pues no quería dar frutos, o de cómo le enseñaste a marchar con paciencia infinita  a aquel gallo  montaraz  (¿tenia nombre ese gallo?).

Tu vida fue  precisamente eso: vida. 
Ahora, que es la hora del recuento de tus tristezas y alegrías, puedes decir tranquilo: viví.  Ya nada esperabas de la vida, ya nada le reclamabas, aquilataste los saberes arrancados a fuerza de dolor, desengaño y esperanzas al lento transcurrir de los días  y las noches.  Viste desfilar delante tuyo revoluciones, pestes, guerras, catástrofes, males; no te perturbaron, nada te detuvo, nadie fue capaz nunca de apagar el fuego de tu mirada.  Tus raíces se hunden en lo más profundo del siglo pasado, tus frutos seguramente enriquecerán buena parte de este nuevo milenio.  Tu buen nombre, tu decencia, tu buen juicio perdurarán en los miembros  de tu tribu que te reconocen como su base, su raíz, su matriz.

 Tu entusiasmo  cruzó de punta a punta el siglo XX y se llevó por delante los primeros 15 años del siglo XXI.

 Descansa en paz abuelo, que los vientos alisios te sean propicios y conduzcan la barca de Caronte a los pies de la Virgen, dónde sin ninguna duda te reencontrarás con tus seres más queridos.  Eterno descanso a tus restos Fernando Cano
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