MAMÁ RENUNCIA YA
“Imagina que te das cuenta que a tu alrededor nadie valora lo
que haces, que se da por sentado que es tu obligación y punto.” Nohemí Hervada.
MAMÁ RENUNCIA YA
Por Gustavo Cano
Tendría unos dieciséis años, cuando me inscribí con mis
amigos al curso de cocina que darían en el colegio ese verano. En mi casa;
principalmente mi madre y mi abuela materna; no dejaron de hacerse un par de
cruces, pues semejante locura rayaba además de lo inverosímil en algo cuasi
diabólico. “Él nene entre ollas y fogones; con gabacha y oliendo a cebolla ¡Dios
guarde!” Pero bueno, ya estaba inscrito, así que no tuvieron más remedio que
proporcionarme la gabacha y mi canasta con los comestibles. Mi papá tenía unas gabachas
con el logotipo de la tienda, de esas que usaban las compañeras dependientes,
así que además de la mía, pues les patrociné sendas vestiduras, a los crápulas
amigos míos, aprendices ahora de cocineros.
Nunca me ha gustado la cocina, imagino que porque mi abuela
me enseñó desde niño que esos menesteres eran cosas de mujercitas (sabia la mujer),
así que desde siempre evite desarrollar esas preciosas habilidades. Y el curso
me enseñó, sobre todo, que había tomado una buena decisión. Por esos tiempos
andaba de enamoradizo con una chava que cocinaba menos que yo y cuando llegaba
a verla aún impregnado con el fuerte aroma del ajo y la cebolla, le provocaba
cierta repulsión. Me dijo: “mejor te doy un tiempo y cuando terminés el curso,
platicamos”
Renuncié además a los otros cursos que me llamaron la
atención: literatura, ajedrez y basquetbol; artes para las que tenía menos
habilidades, pero que me gustaban más que la cocina; pero los compañeros
rebeldes, por ir contra corriente nos hicimos sellar el pacto cocinero y pues
ni modo, a por las recetas. Con todo me iba más o menos: solo me corté un poco
el índice derecho; cicatriz que todavía luce impecable veinticinco años
después; un par de quemaduras; la burla de la instructora, cocinera experta, al
ver la forma de feos caites que le daba a mis tortillas y el desagrado mortal de lavar grandes ollas.
Creo sinceramente que a nadie en su sano juicio pueden
gustarle estos “gajes del oficio” que imagino son universales a todas las
personas y más sobresalientes a los pocos dotados y perezosos como este que
suscribe estos recuerdos. Entonces solo confirmé que la cocina no era lo mío,
pero ahora me doy cuenta que tampoco era lo de ellas (de mi madre y abuela) sin
embargo fueron renuncias que estuvieron gustosamente dispuestas a hacer, no por
el gusto de cocinar (o no solo) sino que principalmente por el gusto de amar.
Renunciaron a tener tiempo para ellas, renunciaron a hacer las cosas que
realmente les gustaba, a tener vida de novela; para dedicarse a hacer feliz a
su familia, a sus hijos. Y hoy me preguntó ¿Valoro yo esta renuncia? Y más
dramático aún ¿estoy dispuesto a renunciar a mis “cosas” por la felicidad de
los demás?
Si le dijera a mi madre, Renuncia ya a ser mi madre; cosa que
no haré, para que no vaya feo; sin lugar a dudas dirá ¡Nunca!
Para finalizar el curso, mis amigos (y yo, para no hacerme
el chiquito) decidimos hacer un pollo a la cerveza. Para el pollito de unas
cinco libras decidimos llevar unos cinco litros de cerveza Cabro. Por supuesto
que sobraría mucho de ese líquido atarantador pero como una de las consignas
del curso era no desperdiciar nada, seguro procederíamos a tomarnos el resto.
Pero como decidimos que fuera un aperitivo, pues el pollito se fue sin cerveza!
Encabronados los maestros, nos remitieron a la dirección y de allí pues mandaron
a por nuestros papás. Con la cola entre las piernas y sabiendo la severa reprimenda
que me esperaba si pasaba sin filtro directo con mi finado padre, pues acudí a
la intercesión, pues de quien iba ser, de mi madre. Siempre nos fue feito, pero
no tanto como con la goma.
¡Gracias mamá! Por toda tu renuncia infravalorada y por
nunca renunciar a amarme.
“Madre te bendigo porque supiste hacer de tu hijo un hombre
real y enteramente humano”
M A Asturias.
M A Asturias.
Huehuetenango día de
las madres de 2015.
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